LA SECRETA BELLEZA

 


Casa de madera en el bosque (invierno)




Durante unos cuantos días, ha estado nevando en el norte de la península. Muy de mañana, los viejos copos de nieve empezaron a caer sobre la tierra y, a medida que pasaban las horas, se fueron convirtiendo en leyenda. La vida se vistió de blanco y seda, como lo hizo Eva Perón, que siempre se vestía de Christian Dior. La Flaca solía hablarle a su peluquero. Y también a los descamisados. A estos les decía: ──”Yo les dejo mi corazón”. Y esa gente humilde, recién se fue, comenzó a darse cuenta de que la echaba de menos.
La nieve es tan necesaria como el mito, esa memoria colectiva que explica la historia de un pueblo. La nieve cae y borra las huellas. También el tiempo.
En la llanura hay un ciervo detenido, observando. No muy lejos, el humo grisáceo de la chimenea, en su camino a la eternidad. Pero lo que se escucha no es el pitido del tren o el sonido de una rama cuando se troncha ante el peso de la nieve caída, lo que realmente se escucha es el silencio, la sinfonía de la verdad, que inunda el valle.
De pronto, todo ese ambiente misterioso, es interrumpido por la algarabía de aves migratorias. Sus graznidos suenan como trompetas. Es el sonido de la naturaleza. Las aves viajan sin fronteras, sin pasaporte, y regalándole a nuestra mirada un bello espectáculo.




Llevamos un par de días, tal vez más, en los que ha salido el sol, iluminando de nuevo los caminos. Con los rayos, han regresado los sueños. La nieve se llevó el miedo, que, navega sin rumbo, temeroso de la voluntad de los hombres.
La nieve es el traje que se pone la tierra, entre Dior, Armani e Ives Saint Laurent, elegantísimo, y saca de dentro esa belleza secreta que tiene cuando es iluminado por la luz de la mañana, que lo magnifica, lo hace inmenso, gigante, casi un santuario de todas las bellezas, mientras nos quedamos a la espera de que llegue la paga extra, una ilusión que le quita acidez a la vida y le da algo de compostura a la edad, la misma que tantas veces vio nevar, que nos vio reír cuando nos tirábamos bolas de nieve en aquella infancia del ayer, cuando vivíamos esperanzados o entretenidos con cualquier chisme, con cualquier idea, con una lectura antigua por donde correteaban los truhanes, el lazarillo y los siglos. Cuando nevaba, delante de nuestras mocosas narices, se abría un jardín, blanco y extenso, interminable, por donde corría Belcebú, un pastor alemán que criamos un año con la leche en polvo que nos daban en las escuelas nacionales y que tanto se parecía al perro del Cuento del Tío Cosme, que era la historia que nos contaba don José Antonio, el maestro, en las escuelas de la calle Pascual Faura, sólo cuando nevaba. Si nevaba, había cuento; si no... Quedaba la imaginación y alguna novela de Enig Blynton. Y un bocadillo de "sein" (1) con azúcar para merendar. Y tras la merienda, las correrías, el ímpetu, la inocencia, los juegos..., todos los niños en constante movimiento, con los ojos abiertos de par en par y el alma entre el escapulario y la piel de la verdad, por donde se filtraba la fuerza, el tesón..., y las ganas de vivir aquella vida tan alcahueta, que de vez en cuando, si nevaba, nos traía un cuento escondido entre sus algodones.

(1) “sein”: la pringue o el unto.















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2 Comentarios

  1. Qué bonito escribes …
    ¡Me encanta!

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  2. “Lo que se escucha es el silencio, la sinfonía de la verdad”
    ¡Qué grande!

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