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El castillo del miércoles |
Los miércoles son esos días en los que suelo
ponerme en modo “androide” hasta que llega el primer rayo de sol de la mañana, que siempre tiene un arranque majestuoso y acostumbra a darme un puntapié en el trasero o dos guantazos para ver si espabilo.
Si no fuera por ese round sin árbitro y sin cronómetro, me pasaría las horas divagando
sobre frivolidades o haciéndome el harakiri en plan nihilista que es una forma como
otra de rogar a los demás que nos hagan caso, como le pasaba a Calimero.
El
pugilato matutino tiene lugar en mi casa, en ese ínterin que va desde que
retiro las sábanas hacia un lado hasta que comienzo a darme la
crema de afeitar con la brocha. Y debo reconocer que es muy efectivo y además evita que la
historia que tengo entre manos se me vaya al traste en los últimos compases,
porque reconozco que hay trabajos que siempre se disipan en las últimas cien
páginas, en el último tubo que coloca el fontanero, en la última teja del tejado…, así
como también hay vidas que caen por la
pendiente y dan mucho juego a la hora de hacer con ellas una biografía, sobre
todo una vez que hemos rebasado los
cincuenta, que es una edad en la que muchos ya “están de vuelta de todo”, incluso
de la vuelta al ruedo, cansados de no tener nada que hacer, ya que, lo que han
hecho hasta la fecha, no ha sido más que
echar una mancha tras otra en el currículo, o una sombra en la memoria, pues la comedia en la que anduvieron metidos estaba
llena de moralistas, que son unos especímenes en peligro de extinción que se
pasaron los días preparándose para El Día
del Juicio Final. Después resultó (como
diría un hipocorístico) (1) que todo
ese rollo era otro invento más del “aparato”, una trola entre tantas, y que el
dichoso juicio ni llegaba, ni llegó, ni… Ya veremos... Tampoco es que se le espere, porque, visto lo visto, en caso de que
llegue y se haga visible, seguro que no se parecerá en nada a lo que se habían
imaginado todos esos cincuentones. Y, en últimas, decir que, si un día llega, entre los abogados, que están por las nubes, los jueces que se cortan el pelo en
la barbería de la ultraderecha, más el jurado, dado que ahora se ha puesto de
moda lo del jurado popular…, más el
ujier o el auxiliar del juzgado…, pues, eso, que lo del Juicio Final tampoco es que me seduzca ni me tenga preocupado conforme está el corral y el gallinero, con tanta cabeza hueca, tanto platillo volante... Así que...
(1) Hipocorístico llamamos a los nombres abreviados o en forma diminutiva: Pepe, Charo, Concha
Estamos en pleno agosto y el gentío anda tostándose al sol. Se busca la belleza y la perpetuidad. Son los síntomas de los nuevos ricos, como lo son los libros de tapa dura que hay en el aparador y que no se leen. Están ahí de adorno, aunque no adornan nada, porque un libro encuadernado como un ladrillo, está muy lejos de los azulejos de Onda o de la cerámica pintada a mano de Sevilla, entre La Cartuja y las reliquias de los tiempos, esos trabajos a “la morisca” que hablan por si solos, que nos abren la puerta de par en par de la vieja historia, porque es el momento de enamorar al macho aunque sea con la esencia de la cebolla, o de la cebolleta, calçots (calsots) en catalán, y sin salsa romesco, no vaya a ser que se desbrave o que se amanse y le dé miedo hasta Rita Hayworth quitándose un guante, aquel icónico apunte cinematográfico, que, según cuentan algunos cronistas de la época, sirvió de estímulo para que se quedasen embarazadas miles de señoras y señoritas en la España de posguerra. Aquel instante era pura sutileza. Los hombres se acostaban con Gilda, a la que la naturaleza le concedió el papel del mito erótico inmortal, y se levantaban al lado de sus respectivas esposas, no con la diosa del guante.
Y como decía, las mañanas de los miércoles tienen su hora para el boxeo. Normalmente suele ser temprano, igual que los lunes tienen la suya, esa hora para tomar unos churros en un puesto del mercadillo. Y del mismo modo que hay tardes para tomar el café o el té, hay tardes también para la cópula, una vez que hemos obtenido el permiso del gineceo, por si a alguno se le ocurriera pensar que es llegar y besar el “santo”. Lo único que cuenta aquí tiene que ver con el Yo, con la subjetividad, es decir con lo que uno ve y cómo lo ve, y no adjetivar la propia vida con lo que dicen otros, que se emborrachan de verdad y luego demuestran que viven permanentemente equivocados.
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Obra El combate entre don Carnal y doña Cuaresma, de Pieter Brueghel el Viejo |
El puñetazo matutino de los miércoles es
el que abre mi mente en canal y la pone a trabajar
en eso que se llama la “vanguardia humana”, que es una condición natural
legítima, lejos de eruditos que desparraman, tertulianos y teóricos..,
la misma que me quita el uniforme de la noche, o sea, el pijama, y me
viste de persona sensata y decente para enfrentarme a mí mismo y
también a las peripecias que trae la vida, o sea, al recital diario, que
es donde se ve a ese simio que ya intentaron doblegar Rousseau,
con su “buenismo”, Nietzsche, basculando entre la grandeza y la propia
decadencia, y Heidegger, con aquello del “ser”. Ser o no ser, querido Watson. La tentación siempre viene de
arriba, porque es más sencillo convertir nuestro “final" en una incógnita o en un enigma que ponerse a explicarlo.
La vida se vive y se disfruta sin
necesidad de que venga un pastor y nos lleve a los verdes prados, y
nos ponga a rumiar la doctrina entre plato y plato. Las cosas tienen que estar en
su sitio, lejos del misticismo, del ruido y del sermón, que es cuando realmente sale la palabra sabia y el verso libre. Y eso se
agradece, aunque tenga que ser un miércoles, que es un día algo pornográfico
porque siempre lo enuncian con una X, igual que las películas porno, puesto
que, si lo anunciaran con una S, sería un día erótico,
por aquello de las nomenclaturas utilizadas por la Administración. No es la primera vez que se usa el código “morse” para que no se
entienda nada.
1 Comentarios
¡Buenismo!
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