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Tokio Mated Liquid Lisptick |
Ayer, el día se presentó muy oscuro. Las
nubes, con el avance de la mañana, se fueron metiendo en los adentros del cielo,
al que le gusta mucho jugar a los dados. Al poco, empezó a llover
torrencialmente. El agua calaba el alma de los vecinos, que, asustados,
contemplaban desde el otro lado de los cristales esa cortina infinita que
bajaba de los tejados. La riada se llevaba cientos de trozos de este mundo
irrespetuoso con la naturaleza y los iba engullendo como golosinas, tan
insignificantes en aquellos momentos. El silencio en las casas era toda la
música que sonó durante buena parte del día. Silencio y miradas…, esos
lenguajes sin palabras, tan definitivos.
Al cielo le gustan las virtudes, pero
también los vicios. Cuando los viciosos que llegan son pocos, se aburre y se pone a dibujar un eclipse tras otro, sobre todo “eclipses
de luna”, que es un astro cuatrocientas veces más pequeño que el sol, pero que
da mucha guerra ¡La luna tiene más réplicas que los bolsos de Louis Vuitton...¡ Luna nueva, cuarto creciente, menguante… Luna
lunera, luna mora, luna cascabelera…, la vieja luna, la nueva, llena… La luna
de los rusos, la de los norteamericanos…, la de la OTAN… la media luna…, que es
un dulce que se come en el desayuno y nos prepara para la transición
hacia los dioses, hasta que estos nos llaman para que nos sentemos a su
diestra, ya que la izquierda está llena de rojos, que suelen ser sindicalistas de la metalúrgia o la minería. Y una vez allí, nos comemos otra media docena de “medialunas”. En la
teología cabe todo.
Esta mañana, mientras transitaba por una
calle de mi barrio, había regresado el ruido como banda sonora de este drama.
Por los comentarios de la gente y el murmullo de los corrillos, entendí que
también había regresado la incertidumbre. Muchos no habían pegado ojo en toda
la noche. El miedo se había convertido en un demonio y había estado presente
durante esa duermevela en el que la inquietud seguía haciendo de las suyas.
Dentro de las habitaciones, faltaba el aliento. Se sentían frágiles, inútiles,
mientras escuchaban ulular al viento, que venía a ráfagas desde las montañas
como si trajera un mensaje mitológico.
Junto a la parada de bus, veo cómo una mujer, que viste elegante,
conjuntada, color con color, se ha separado de la marquesina y ha sacado de su
bolso un lápiz de labios rojo y un espejo en el que mirarse, y ha comenzado a
pintarse los labios con ese rojo poderoso que siempre pone en jaque a la
memoria, trayéndonos en una bandeja de plata imágenes inolvidables, porque, a
fin de cuentas, una barra de labios capaz de pintar la carne de los labios de
esa manera tan precisa, viene a ser como ese poema que escribimos sobre el
deseo, ya que lo inefable está en la sintaxis, o en el color, porque no
olvidemos que el color altera las circunstancias, como ya sucedió en el cine,
que, cuando llegó, a muchos críticos les pareció un escándalo, empezando por
Graham Green, que rodó “El tercer hombre” en blanco y negro.
2 Comentarios
Capitan ..... hoy la redacción se ha quedado un poco corta y muy temprana. En el cine, con el color. ... llego el escándalo, del mismo modo que los labios de la fotografía que da comienzo a tu relato.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el comentario anterior. Nos has dejado con la miel en los labios (rojo poderoso), pero saboreando como siempre, esa intensidad que te caracteriza.
ResponderEliminarY seguimos enmarcando frases: “El silencio era toda la música que sonó buena parte del día”, y la banda sonora… el ruido.
¡Me encanta!