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Yo fui a EGB |
Vuelve el perfume del amanecer con el cielo azul al fondo,
que llena de alegría a los más pesimistas y hace que los acontecimientos pasen
desapercibidos, pintando de gozo la atmósfera, lo que invita a llevar una vida
menos espartana, aunque en el fondo la mayoría siga buscando el “jardín del
tiempo”, en cuyas orillas crece la honestidad.
Oigo caer el siglo y
las hojas del calendario. Crujen los años a medida que nos van cayendo encima.
Con el buen tiempo, hay poca vida interior, excepto por las noches, donde,
fascinados el uno con el otro, siempre hay un momento para darse un festín,
mientras la publicidad, que, además de ser una coartada duradera,
se repite cada tris, lo que hace que, ese juego de seducción por
partes, sea mucho más interesante.
Regresan esos olores que
permanecen en el fondo de nuestra vida, el olor de la cartera de cuero del
colegio; el del bocadillo de filete de caballa y aceitunas rellenas, en el
recreo; la colonia a granel en el pelo; el humo del tubo de escape de una moto
que se cruzaba en el itinerario cuando íbamos a clase; el olor de la tiza al
escribir en la pizarra; el olor de los olores, el de aquella
adolescencia en el que las aulas olían a potrillos salvajes, a
muchachos y muchachas en celo, con el libro de Historia abierto por la
Reconquista, recitándola de memoria y en pie, mientras el resto estábamos a mil
cosas menos en el héroe, que era Don Pelayo, el cual nos parecía demasiado
serio.
El olor de la calle, del campo que se abría y que se iba preparando para preñarse de vida, de las ropas recién sacadas del baúl, donde dormitaban en compañía de unas bolitas de polilla, y de pastillas de jabón, las sábanas… Cuando el cielo era otra sábana, como ahora, una sábana azul, con un color más sufrido, que evitaba que durmiésemos desesperados por las prisas. Olía hasta nuestra imagen delgada en el espejo del armario frente a la cama. Aquellas imágenes olían a música pop y a las hojas de la enciclopedia, no por usarla mucho, sino por tener que llevarla todos los días bajo el brazo. Íbamos al instituto cargados con un mamotreto que no utilizábamos para que la gente viera durante el camino que utilizábamos, al menos, un libro gordo para estudiar. Pero teníamos claro que, un día, el menos pensado, aquel libro terminaría yendo a la lumbre, hoja por hoja, como aquellas rebanadas de pan que nos hacíamos con la hogaza para untarlas con el/la pringue, que es una palabra tan bisexual como exquisita. España era “una, grande y libre”, pero los chicos no entendíamos aquel folclore. Estábamos más pendientes en saber qué ponernos y a qué hora era el guateque, ansiosos porque llegaran las “lentas”, o sea, las canciones lentas, momento en el que tocaba pasar a la acción.
Vuelve el perfume del
amanecer y la luz sobre las cosas, que alumbra el presente, en un año impar al
que le han cogido la matrícula los políticos, que siempre andan de ensayos con
el individuo. Las temperaturas caen y la gripe sube. Las generaciones se preparan
para una vida longeva sin un plan para saber qué hacer con el ocio,
que está metiendo muchos frikis en el arte. Todo un capricho. Vuelve
el perfume escolar, lo que aprendí, lo que olvidé.., las amistades y las
declinaciones, y la palabra que nos iluminó a la generación
de” la leche en polvo”, que se cruzó en nuestro camino como un rayo cuando
íbamos para obreros de la construcción o para jornaleros del campo. Aquella
mañana fría y soleada, mientras bebía agua, escuché lo que el entrenador de
gimnasia, Rafael Mariñelarena, le dijo al bedel del instituto: “ꟷNo
te canses, José, en el campo no hay infancia”
Fue entonces cuando
comenzamos a conjugar verbos, a declinar el “rosa-ae”, a recitar de
memoria el verbo “avoir” y la Tabla Periódica, a conocer las
obras de rigor de cuatro literatos, mientras seguíamos sin ser capaces de
retener la ristra ideológica que nos traía aquel religioso, vestido de sotana y
de negro, que tenía un nombre explosivo, ya que le llamábamos “Padre Gasolina”. Y fue la palabra, el lenguaje de los
textos, el que nos iluminó en aquellos momentos tan decisivos, y nos empujó
hacia las ideas, a un mar de emociones, de conocimientos, que nos cambió la
vida. Y hoy, la mañana huele a todo aquello como si estuviera sucediendo en
estos mismos instantes. Por eso creo en esos barcos alegres que pintábamos en
la clase de Dibujo y que un día se hicieron a la mar.
3 Comentarios
¡Qué bonito!
ResponderEliminarFrases para seguir enmarcando y contadas con mucha sutileza:
“Crujen los años”…
“El campo que se abre y se prepara para preñarse de vida”…
“Las aulas olían a potrillos salvajes “…
¡Impresionante!
Me ha encantado!! Sublime!
ResponderEliminarPreciosos recuerdos 💕
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