LA MAGIA DEL FUEGO




La llegada del solsticio de verano es una celebración pagana en la que las hogueras, el fuego, queman lo viejo, o lo malo,  para dejar espacio a las nuevas oportunidades y deseos. Hablamos de la tercera noche del verano, la más corta del año, instante en el que el sol llega al trópico de Cáncer.  Son tiempos de euforia, de sonidos y olores diferentes, de esos momentos en los que la tierra  preña la  vida y el campo, como triunfo de la naturaleza,  se pone majestuoso. Y los animales salen de sus escondrijos y nosotros salimos de nuestros aposentos para admirar ese cielo, alto y azul. Y así hasta que el cristianismo transformó la paganía en la natividad de San Juan el Bautista, como explica el arqueólogo francés  G.A. Breuil y, “en vez de proscribir  todas las observancias del culto pagano, lo que hizo fue apropiárselas”. San Agustín decía: “Nosotros solemnizamos este día, no como los infieles a causa del Sol, sino a causa del que ha hecho el Sol". Faltaría más…

El fuego y el agua, fundamentales en los ritos aldeanos,  para preservar enfermedades, sobre todo cutáneas. Y los chicos y los hombres saltaban sobre las fogatas como ya hacían los persas y  los griegos. Y en Roma  conmemoraban el solsticio estival con los Hirpi Sorani (ritos que se celebraban en la montaña Soracte, que se alzaba al norte de la ciudad) y con las fiestas llamadas Palilias, en honor de la diosa Palas. Los pastores se lavaban en el agua de las fuentes  y por la noche saltaban sobre las hogueras encendidas en honor de la diosa Pales, cuyo nombre, según los sabios, proviene de palea, paja. Ovidio, en los Fastos, ya  nos hablaba de estos ritos.

En las costas, la gente se baña en el mar; en el interior, se revuelve desnuda en el rocío de los prados y de las laderas. O anda desnuda sobre la hierba. A eso, a recibir el rocío o el aire fresco de la mañana, se  le llama Sanjuanarse.  Es cuando los mozos recogen flores, albahaca y tomillo, o ramas llenas de cerezas y otras frutas, y las ofrecen a las mozas, colgándolas de los balcones. Son muchos los ritos que se conservan desde antaño, como  el del bosque sagrado, o las invocaciones contra los poderes malignos de las brujas…, y el “rito de paso”, que es una de las manifestaciones más peculiares y que se empleaba para la curación de la hernia infantil: los niños raquíticos y herniados los pasaban a través de árboles rajados.

En la fiesta de San Juan, tan arraigada en la tradiciones de los pueblos, encontramos la emoción del milagro y ese  ambiente maravilloso  que se forma mientras esperamos a que el sol salga por el horizonte bailando.   Ceremonias de purificación, quemas simbólicas, ofrendas y amuletos…, además de un sinfín de supersticiones, conjuros y  presagios.  Nada más comenzar la alborada del 24 de junio, el tiempo se engalana  y aparece ese romance en octosílabos, entre la creencia  y la luz de los siglos, entre moros y cristianos, con el sol emergiendo de las aguas y las lanzas desfilando por las calles. La mañana trae señales de amores, y los caballos chapotean, y las yeguas relinchan en Doñana, mientras todos cantamos un cantar:  “Mañanita, mañanita…”, y las aves pasan volando sobre las aguas mágicas repletas de ninfas y  de hadas.

Coronas de adelfas en la estación de amor, como la llamó Julio Caro Baroja, por los amores perdidos y por los que están por llegar. Y porque los granos de maíz que dejamos en el  alféizar se conviertan en monedas de oro y la rama de espino nos preserve del rayo.  Y así dice el poema: Pino te estimo; peral te quiero más; álamo te amo; jara haragana; adelfa, gitana.

Continúa la verbena esperando a que el sol se detenga en medio del cielo, con permiso de la vieja luna. Esta noche habrá un amanecer ibérico, mientras las hogueras ahuyentan a las meigas. Y sobre ese manto de fuego quemaremos los deseos, una vez que los hayamos escrito  en un papel, y pondremos tres patatas bajo la almohada, antes de dormir. De lo que se trata es de  atraer a la suerte, que igual llega, que pasa de largo  y se va con la historia, porque San Juan es la historia, el tapiz de la costumbre, de la tradición y de la fiesta, la que tendrá lugar esta noche cuando enterremos el pasado y nazca lo nuevo, porque toda regeneración de siempre tuvo mucha popularidad entre las gentes, independientemente de la suerte, que cada vez se parece más a los gatos: viene cuando no la llaman; y cuando la llamas, no viene.

Suenan los siglos y los ritos paganos y moriscos, apresados por la espiritualidad y bautizados por el Bautista, de nombre Juan, que ejerce en las  aguas del río como un ángel oficia en el cielo. El cielo y la tierra que se unen para conmemorar  la llegada del verano, cuando hemos dejado atrás la Solemnidad del Cuerpo y de  la Sangre, el viaje de la fe, de ese rayo que destroza la libertad. El solsticio y  el aroma de las flores, el olor del fuego candente, la hoguera, las hogueras…, la purificación del alma, tan negra con tantos sucesos, a las órdenes de la mano blanca  que bendice,  la celebración permanente por sentirnos vivos y con nuestro desorden de siempre, disfrazados de bomberos por una noche, por la redención de las penas, la cura de la herida, que sangra, mientras la mariposa vuela como Campanilla y se oye el zumbido del mosquito que nos espera oculto en la habitación para cuando lleguemos algo ebrios, felices también, ya sin fuerzas, después de haber disfrutado, que de eso se trata, aunque sea en nombre de nosotros mismos, festejando un día al que le llamamos la noche de San Juan. No pasa nada. Un desliz lo tiene cualquier






 

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