Venimos de un trazo que, poco a poco, se
va borrando. Venimos del siglo pasado, entrando en la modernidad decadente,
donde sólo constan los números, la rentabilidad de las cosas o de la vida. Se
busca lo concreto, sin saber que lo infinito cabe en la palma de la mano o en
un hueco de la memoria.
El hombre vuelve a estar enfadado y se
empeña en desenterrar lo que ya enterraron las piedras y la historia. Las
noticias traen tiempos de azufre y una luz incierta. El pulso es entre cuatro
viejos llenos de soberbia para imponer un orden mundial. Pero ellos no van a la
guerra. Se quedan en casa, como hace todo cobarde. Tienen la boca grande y
sucia, de donde les sale una oratoria flamígera. Son una docena de necios que
están sentados en el poder jugando con la humanidad como si jugaran con el scalextric.
El pasado es una antología de
lecciones a poner en práctica en el presente. Ninguna de esas enseñanzas está
clasificada por orden alfabético. No es que la vida sea corta, sino que nos
damos cuenta demasiado tarde de cuáles son las cosas importantes, que casi
siempre suelen ser las más simples. Somos una oda a la imperfección,
hasta que caemos en la cuenta de que la vida es un horizonte
que necesitamos colorear para convertirlo en una nueva atmósfera
emocional. A continuación, no nos queda otra que coger ese trozo de existencia
y metérnoslo en el bolsillo, y llevarlo siempre ahí para tocarlo cuando nos
plazca. Las historias hay que tocarlas pero sin dañarlas. No sé si es más
grande mi bolsillo o la memoria. Cualquier profano, se hubiera metido dinero en
el bolsillo, pero no una historia.
El tiempo nos va cayendo encima y nos deja su sombra.
Paso la mano y quito el polvo. La mano, al pasar por algunas superficies, se
tiñe del color de la derrota. Por eso estoy pensando en ponerme a dibujar otro
mundo, un dibujo en el que haya briznas de aire, trazos de luz…, pequeñeces que
lleguen hasta nosotros. También, si no es mucho pedir, algo de aire y un poco
de verdad, que es lo único que nos puede ayudar a entretener a la muerte cuando
caminamos por la sombra. Aquellos que caminan por la acera donde da el sol, argumentan
que es la única manera de evitar que se desafine un día como el de hoy, en el
que suenan las campanas y los vecinos se ponen con los quehaceres domésticos, mientras
sacan un hueco para ponerle las pinzas a la ropa que está tendida en la terraza.
Con cada pinza, se multiplican las sensaciones.
La vida se escapa por las puertas y por las ventanas, que permanecen abiertas durante un rato antes de que se ponga a llover y tenga que subir de
nuevo a la terraza a recoger la ropa en un lío de sábanas, o en un lío de
letras y músicas, que los sentimientos dejan colgados en la cuerda de tender
y que agradecen las nubes.
Desde bien temprano, para que la maquinaria
esté engrasada y nada falle, se diseñan las mentes como en un Copycat actual, lejos de aquella película de 1995. Y
de cada prototipo, se hacen millones de réplicas. También se hacen réplicas del
dinero. Y de los cuadros de los grandes pintores. Y de los bolsos de Louis
Vuitton. La vida es una réplica muy rentable. Se logra tal perfección que, a
veces, es difícil diferenciar entre la auténtica y la copia. Bueno, sí: la
copia no piensa; actúa como un robot.
Entretanto, el escáner del sistema empieza
a rastrear las inteligencias y se pasa las horas diseñando la siguiente jugada,
cocinando nuestro destino, que, dicho sea de paso, no está escrito en las
estrellas, como dijo un banquero, sino en los despachos de cuatro ingenieros de
la inteligencia artificial, pagados por la maquinaria del poder. El dinero
nunca duerme y sigue haciendo de las suyas, puesto que el dinero tiene una
oratoria muy cínica y nos inyecta en vena la contradicción.
Anoche hubo una velada para acercar
distancias y vernos las caras, saludarnos, y ejercitar la hipocresía. Sabemos de
sobra que el mundo no se va a recuperar
con una cena o con una comida. Una cena
da para un cuadro. Anoche, a mitad de la cena, mientras caían misiles en medio
mundo, el ambiente se puso algo angelical, después violento y esta mañana ha
regresado algo salvaje. Es lo que dicen las noticias. Queda cada vez más claro que
el siglo XXI ha suspendido en Historia. Sonó el himno de España con La Roja, la
Sub-21, sin letra: lo, lo, lo…, cuando lo que debería de haber sonado era Cántico
Espiritual de San Juan de la Cruz, escrito en octavas, ya que lo que viene a decir esa obra es que, si nos
arrojamos al vacío, que es lo que estamos haciendo, en vez de caer, subimos…,
algo muy surrealista, pero, oyes…, tal y como está el patio…, no viene mal
meter en la letra algo de utopía, porque, a fin de cuentas, la utopía es la
única que ha salvado al mundo cuando ha
tocado, en el momento oportuno, porque hemos de reconocer que con ella
soñamos de otro modo, y vuelve a palpitar ese anhelo que hay dentro de la
naturaleza, que es donde se vislumbra una
vida más bella.
En estos instantes, el sol de la mañana se
ha posado sobre el mantel blanco de hilo,
tendido también en la terraza. El mantel como campo de batalla, que guarda silencio de lo que sucedió anoche en la cena, y que se libra de la
comida de hoy, que seguro que va a ser una comida de susurros, de
conversaciones sobre las guerras, de la bomba nuclear, ese objeto oscuro de
deseo, la que unos sí tienen y otros no pueden tener…, del
tenis, del ascenso del Oviedo a Primera, del desmadre a la americana, de los
ultras, del trío del trinque, las mordidas…, las perdidas (llamadas)…, la
fontanería de la democracia, que lleva atascada desde aquella transición que se
hizo con un flexo y sin taquígrafos…, y que, se sepa, desde entonces aún no se
ha tirado de la cadena, que diría Manuel Vicent.
En fin… Esta tarde toca planchar el
mantel.
2 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminarMe encanta que el mantel como campo de batalla en la cena, se libre de la comida, jajaja
Y como se va a planchar, ya estará preparado para la próxima batalla…
¡Qué grande!
Muybien
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