![]() |
Cantina El Maquis |
Una noche en un pueblo moro, después republicano, y ahora monárquico, son muchas noches. Un pueblo asomado a Valencia y al río donde se escondían los guerrilleros, a los que, en argot, apodaron los maquis. Donde se dio la
grandeza y la miseria, mientras las ideas venían solas. Una noche en Casas
Ibáñez, cuando la luna parece que está detenida sobre el cielo como el reloj de la torre lo está en las alturas, vigilada por un nido de gavilanes.
Una de esas noches tan inmensas como aquellas en las que jugábamos, de guachos, a
Los perros y las liebres.
La noche hace
revivir todo, porque es como el chocolate, donde todos
mojan, sobre todo la juventud, que prosigue madrugada
adentro, cuando nosotros nos vamos a la cama, la misma que se mueve en un
grito de luces y ritmo, y se entrega al fuego, donde esos jóvenes arden en un
incendio de deseo.
Huele a muchedumbre y a música de los 80 porque
el Djs es un nostálgico y anda pinchando el elepé Eden, y otro de Toto…, en tanto que la
gente sale a la calle a terminar el joint o la colilla de tabaco
nacional. Todo es un ir y venir, entre el vicio y la vida, porque los vicios son necesarios para poder pensar. La noche es un trasiego de miradas, de salidas y
entradas, y de sombras. Chicos guapos y chicas embutidas en la belleza de la edad, hijos e hijas de
unos padres que fueron conmigo a las escuelas nacionales en las que las hostias
volaban como los ovnis. Y entonces pienso si es conveniente que me quede, y me pregunto: - "¿Para qué?". No es una cuestión de edad, sino de mirada: ya no puedo mirar a alguien de una
manera tan desinteresada, naïf, embelesado con el ritmo de sus labios.
La trampa de la edad está realmente en el miedo: miedo a muchas cosas.
Los garitos son un baile lleno de espejos,
un ritual de perfumes caros, entre lo divino y lo humano, como si el
autor fuera Óscar Wilde. Se suceden una y otra vez los cuerpos que más tarde
acabarán liándose como culebras infinitas en la noche. Una manera como otra de sacar fuera ese animal que llevamos dentro
para que paste en su hábitat.
Casas Ibáñez en fiestas o sin ellas; de noche o
de día, con su lengua y su mundo, y su hoguera
de vanidades, mientras escribo esta crónica, porque escribir es amar, de lo
contrario no lo haría, que es lo mismo que dejar huellas de sangre en las
estrellas, en ese cielo estrellado que vigila el laboratorio sentimental
de La Manchuela, que es mi tierra, ésta, con la que les escribo de verdad, con
la sinceridad en la mano, con esa prosa barroca y limpia con la que siempre
escribí, para que se fíen de uno, desnudo,
porque la belleza y la verdad nacen de la cercanía de las cosas, de la
fascinación por cada letra, por cada palabra de nuestro hablar diario, de
nuestro Bienhablao, de la lengua que mamé de mi madre, la mejor prosa del mundo, y no para salir en los
billetes de cincuenta, sino para estar en la historia de un lugar y de un tiempo
mientras la edad me deje y la envidia lo soporte.
Sigue la noche y la farra en el pueblo en honor a los dioses, cuando los dioses siempre han tenido la misma cara que el hombre. La fiesta y la lluvia. La noche y la música; la luz y lo invisible. Y
mañana, lunes, mercadillo. Y cada mochuelo a su olivo. Y se acabaron las
fiestas, y la noche, pero queda el áurea y el aroma de la belleza y el
sentimiento de haber vivido. La literatura es eso, oxígeno, para convencerse
uno de que ha merecido la pena. Pero me sigo quedando con la magia de la noche. No quiero
que ocupe mi sitio alguien que no sea un sentimental.
2 Comentarios
¡Buenísimo! Lleno de frases que te hacen pensar …
ResponderEliminarMe encanta ese cielo que vigila el laboratorio sentimental de La Manchuela.
👏
ResponderEliminar