LAS FORMAS ANTIGUAS

 

Ropa vintage


Volvemos a las formas antiguas. Salimos a la calle  vestidos con ropa “vintage”, de saldo, barata…, y encendemos las velas de los siglos, el candil de la solemnidad, mientras seguimos pagando la luz a precio de oro. Vuelven las colas  infinitas hasta para ser atendidos por el médico, en tanto que las librerías siguen vacías a pesar del Premio Nobel a Lászlo Krasznahortai, esa literatura de oraciones laberínticas y paisajes desolados que nos hace contener la respiración. La gente no lee. Y los universitarios son “licenciados vidriera”, que es el título de una novela de Cervantes, y todavía leen menos.  El otoño ha traído la gripe, el covid  (que también se podría escribir en femenino) y algunas toses, lo que hace  que echemos mano del pañuelito de papel comprado en un semáforo con el que nos taparnos la boca para detener esas toses crónicas que arrancan los abrojos en los adentros de nuestro pecho y a continuación colocamos justamente ahí la mano abierta para atajar la impaciencia, imitando al personaje del cuadro, pintado por el Greco.

 El gentío se ha vuelto rápido para las lágrimas y lento para amar. Ya sólo amamos cuando estamos seguros de nosotros mismos. Hemos tirado el siglo XIX a la basura y el romanticismo lo hemos dejado en la cocina para que se vaya asando a fuego lento junto al lechal, mientras comemos comida rápida, de encargo, fría, de pie y con la televisión puesta para ver la repetición de las noticias, la repetición de la repetición, porque nos van metiendo la manipulación en dosis para que nos entre más fácil. Y después salimos corriendo a otra cola, ya sea para presentar unos papeles en el Ayuntamiento o en Hacienda, cuyos funcionarios nos han enviado una carta, que no hay un dios que la entienda, con la que asustarnos. Todo por escrito, ya que la burocracia se ha vuelto lírica y también neoclásica. La burocracia se ha multiplicado por diez como una forma de ahogar a los humildes, que siguen tosiendo en las grandes colas que se forman en la calle  y que serpentean en el asfalto, vigiladas por el “Rambo” de turno, compuesto por una cicatriz y dos tatuajes, un manojo de tríceps  y bíceps, más la gorra, la placa…,  y una mirada pendenciera acompañada por un rictus cruel, rodeado siempre por una aureola de silencio. Pero, aun así, aguantamos  la cola buscando el lado desconocido del tiempo, por si tuviéramos suerte y se cumplieran las expectativas de nuestro destino y, en una de ésas, apareciera ante nuestros ojos un edén ecológico, un vergel  donde ir con la azada al hombro después de recolectar nuestras hortalizas. De la tierra a la mesa, como suele decirse. Sin intermediarios, y dejar de sentirnos rehenes del sistema. Pero, al girar la cabeza y echar un vistazo a esa serpiente compuesta por seres humanos, rápidamente caemos en la cuenta de que ese jardín idílico no era más que  un espejismo, ya que, seguimos en la cola  y el futuro no llega, y ese mundo mundial y de colores, tampoco, tan barata como están la creencias y la ingenuidad, pues lo único que toca es "un pito o una pelota". 

El martes  llovió. Al día siguiente, salió el sol. Hoy  también ha salido, y dicen que estamos en un segundo veranillo pero en compañía de Alice, que no es “La chica de ayer”, de Nacha Pop, sino una dana, otra, y que, en cuanto pasen las tormentas y las lluvias torrenciales, volverá la música del orvallo, porque una canción no puede quedarse a medias,  sobre todo la letra,  porque un país necesita la letra de la lluvia para poder cantarla a pecho descubierto y no estar siempre con el “Lo, lo, lo..., Lo, lo, lo…”, porque terminamos siempre poniéndonos muy colorados cantando todo el rato con una sola sílaba, y además la lluvia con letra  trae  algo de asombro, que es ese toque sutil que nos empuja a sentir cierta fascinación por las cosas, …, la necesidad de admirar a pesar de todo, admirar para olvidar mientras estamos quietos escuchando el sonido del agua, y su letra, tan magnífica, embelesados con el goteo, con ese ritmo preciso, puntualísimo, que nos ayuda a recordar los buenos momentos, las migajas de la juventud, porque la lluvia es esa juventud, que se nos está yendo.





 

 


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3 Comentarios

  1. Cuánta razón tienes. Un gran artículo y con grandes frases para seguir enmarcando:
    “un país necesita la letra de la lluvia como la necesita el alma…, la necesidad de admirar…,”
    Yo sí que te admiro…
    ¡Buenísimo!

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