LOS RELOJES DEL TIEMPO

 





El martes pasado, cuando llegué a casa de mis padres, los relojes se habían detenido en horas distintas. El de la cocina, marcaba las cuatro menos veinte y, el del salón, las diez y veintitrés. En un principio, me asusté. Tenía la sensación de estar en otro mundo, en una película de ciencia ficción o en una de esas sociedades distópicas, imaginarias, gobernadas por un poder totalitario. Los relojes estaban detenidos, pero el tiempo, infalible, seguía allí, agitando la memoria para que la vida cobrase sentido, porque la vida es ese murmullo de fuego, lejos de las horas, de los relojes, que no deja de latir para que nazcan las emociones. El reloj no es el tiempo. El reloj es el dictador de todas las mañanas y el que da las campanadas entre las burbujas de champaña y un sinfín de frivolidades. Sin embargo, donde va alojada realmente la sabiduría es en el tiempo, siempre tan elegante, que igual se viste de Prada que de Armani.
Ya más tranquilo, intenté adivinar si, aquel que salía entre la espuma de afeitar, frente al espejo, era mi verdadero rostro. Una espuma que dibujaba un corazón en todo el medio del espejo. De pronto, aparecieron las emociones. Y también los miedos. Con otra luz, en otro tiempo, años después. Es lo que sucede cuando se mete el amor en un cajón. Nada más abrirlo, vuelve a aparecer, a resurgir, sin que sea necesario quitar el polvo. Son esos instantes, tan majestuosos, en los que el corazón cabe en un puño. Porque el amor es una mirada. O una llave que abre la vida, como una flor se abre al mundo.
Y llegan las palabras. Junto a nosotros, un ser humano que palpita, ardiendo ambos en el fuego como ramas secas, llevados por la fascinación de los cuerpos, su cuerpo, mi cuerpo…, las manos menesterosas, rebuscando…, encontrando, confluyendo…, entre gerundios y gemidos, para terminar como dos erizos, presos del deseo.
El tiempo, sin relojes, es un mar de emociones, donde caben todas las versiones humanas, y todas las dudas…, en un reino de pasión, de lencería y carne, donde el reloj no es más que un espía, un estorbo, un metacrilato intransigente en una sociedad de esclavos que necesitan justificar el ocio.
Hay días, como el de hoy, en el que uno se levanta con ganas de meterle algo de corazón a las cosas. Pero estábamos hablando de la vida en un martes color malva, entre el rosa y el violeta, de manto y penumbra en las casas, de perfumes múltiples, del olor a la polilla y sobre todo a los siglos con esos sayones sacados del baúl, y las mantillas, más el olor del incienso, que remueve la culpa en la carne roja inmaculada, y a las almas viejas arrodilladas en los reclinatorios para elevar la oración a los cielos, acolchando el mensaje. Además, los martes no hay excursión de bicicletas como los domingos, sino mucho Barroco y mucho Salzillo, una policromía que el miércoles se convierte al rococó y el jueves a neoclásico, ya que las esculturas cambian de color a una velocidad pasmosa con la ayuda del viento Solano que viene de Levante. Y el viernes las cruces, y el sábado... Aquel sábado santo de 1977, de noche, con premeditación y alevosía y un ruido de sables, cuando tuvo lugar la legalización del Partido Comunista Español, que hoy es como un equipo de fútbol que cambia mucho de portero, ya que no encuentran a uno fetén que pare los penaltis. Moros y cristianos o lentejas con arroz blanco, que es lo mismo pero sin fiesta. Y hoy es lunes de flores blancas para todos los sentimentales y mañana de nuevo martes, y otra vez al tajo, y la devolución de Hacienda que no llega, que siempre es un alivio, porque hemos vuelto más pelaos que una zambomba entre bombos y platillos, un toque de corneta y una soleá. Y ahora lo que queda es el silbido del afilador. Cuarenta por afilar unas tijeras y y por el cuchillo de cotar el jamón ni me acuerdo. Así que hoy toca volver a la tortilla española, siempre tan recurrente, con cebolla o sin ella, pero al menos que sea una tortilla "llorona", de ésas que hablan solas en cuanto se sirven en la mesa. Que aproveche.






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1 Comentarios

  1. ¡Me encanta eso de meterle algo de corazón a las cosas !… y fuera ese reloj dictador de las mañanas.
    ¡Buenísimo todo el relato!

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