A TRAVÉS DE LOS DETALLES

 

A través de los detalles:   Dibujo de José Luis SERZO

La luz de la mañana ciega mis ojos. La hora punta y el sol convierten a los transeúntes en miles de siluetas que caminan por una superficie como si fueran filigranas hechas con un lapicero, extraviadas por este mundo.

Mis ojos siguen la dirección de la luz,  que a estas horas se acurruca tras los edificios para protegerse del frío. Cuesta avanzar. Detenido en el semáforo en rojo, se reaviva el recuerdo de aquellos músicos cruzando un “paso de cebra”, fotografía que venía a ser la portada de un LP. Pero la que cruza ahora es la multitud, sin banda sonora alguna excepto la de la respiración. Personas que abandonaron el mundo rural y se instalaron en la ciudad, hasta donde las trajo la modernidad y el afán de superación, invadidas por un sueño. Llegaban por oleadas, sin darse cuenta de que dejaban la parte de verdad que tiene la vida en el punto exacto que debía seguir estando y donde ellos ya no regresarán, convertidas en autómatas de un mundo decadente. Algunos, a eso, le llamaron “calidad de vida”. Al mismo tiempo, en otros lugares de la geografía española, la vieja vida, seguía agitándose entre las montañas, tumbada en los ribazos o subida a un árbol. No era grande ni pequeña. Tampoco longeva. Era la misma de siempre, la que se cierra y se abre como lo hace una flor.

Nada más conectar con cualquier avenida de la ciudad, en seguida regresa el ruido, también la belleza, sin la que no podríamos vivir. La grandeza de los edificios, las plazas y avenidas por las que se paseó el Despotismo Ilustrado, y las calles empedradas por donde ahora transitan los hombres trajeados y las mujeres elegantes. La ropa, el otro idioma. Los humildes se quedan en algunos patios de corralas o en los arrabales, en las afueras, a unos cuantos palmos de donde se elevan esos edificios majestuosos, de acero y hormigón, tras cuyos cristales ahumados brilla el dinero sucio. Y aunque el hábito no hace al monje, también habla. Las telas, de siempre, escondieron al truhan y le daban la bendición al caballero. Y entre unos y otros, Madrid iba cogiendo temperatura, sobre todo en sus comercios, bares de tapas y cafés, y en los teatros, y en las sastrerías, mantequerías, y charcuterías…., algunas de las cuales todavía resisten abiertas desde que comenzaran con el negocio allá por 1870, como Viena Capellanes, ultramarinos, despensas de la capital, que, a día de hoy, siguen trayendo exquisiteces desde toda España, esas delicatessen que producen música en los paladares, al yantar, algo que cambia el carácter de las gentes y hace que sean más flexibles, y tengan mejor talante, como ha quedado reflejado en algunas películas y en el papel cuché, esos negocios familiares que le sirvieron a Pío Baroja, don Pío, para sacar algunos de sus personajes de ese Madrid bullicioso, libre, y sobre todo rentable para los cuatro espabilados de turno. Todo a reventar, demasiada gente por todos los sitios, con el canuto expandido encima del soneto y el mechero llameante marcando la rima, un poema para premio, para ir a Hiperión y que lo publiquen, sin prólogo de nadie, que los prólogos lo estropean lo que viene a continuación, sobre todo cuando a esa introdución le llaman exordio. Un libro bien editado que parezca un poemario de música, porque eso es la poesía, música con un puñado de sentimientos escritos con rabia, chocando las palabras y las sensaciones entre sí, hasta que, por fin, llega la primera calada y el primer trago, que hacen que todo se armonice, que regrese la magia y la poesía vuelva a su cauce, y el poeta al surco. Pinceladas de hoy, de ayer y de siempre. 

Los miércoles la memoria trabaja a destajo. Es una manera de agradecer el buen tiempo, a pesar de la caída de las Bolsas de medio mundo, de los aranceles y la recesión, que es una palabra difícil de definir  Todos se miran, pero ninguno  tiene la culpa. "Pío, pío, que yo no he  sido", le dice un Secretario de Estado del Pacífico  a un Ministro de los Mares del Sur de la China Meridional. Todos se lavan las manos, como Pilatos, y con el mismo jabón, dada la crisis. Las monarquías tratan de ganarse al pueblo como ya sucedía en el teatro de Lope de Vega. Y los de la "Ceja" siguen comiendo queso Tronchón, que acompañan de un vaso de vino  Prieto Picudo, provincia de León, cuyas viñas soportan los cuatro bajo cero, de ahí que los lobos por esas latitudes se paseen con bufanda. El queso en cuestión ya lo citaba Miguel de Cervantes en El Quijote. Y nosotros que..., al primer bocado, ya creemos que hemos dado  con la solución, que hemos dado en el clavo y que hemos  descubierto algo... Qué ilusos somos... Ya digo, esperemos que este juego de echarle bemoles a las cosas no termine en una catástrofe universal... Yo lo sentiría..., sobre todo por lo del queso... El pormihuevismo ha sacado a muchos gallos de los corrales y los ha llevado al reñidero para que suban las apuestas, aunque después, como suele suceder, los gallos de corral no son lo que parecen y el que no es manco, es corto o tiene la gripe aviar. Así que uno ya no sabe si comprar Gibraltar o regalarlo, porque, si  analizamos detenidamente la partida de póquer o de aranceles, en seguida nos daremos cuenta de que  el rubio norteamericano va de farol y que Macron tiene un as en la manga, aunque, claro, como la manga le está un poco corta..., pues…, cada dos por tres se le está viendo el pico del naipe por debajo del puño y así…, ya me dirás… Ya  veremos en lo que terminan los whiskies... Seguro que gana el abstemio, porque el agua hace la vista clara.

 







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