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Taza de café por la mañana |
La noche nos desvela para que repasemos en silencio nuestro cercano y viejo pasado, el circo de nuestra biografía llena de faltas ortográficas y una mala redacción, que nos invade de nerviosismo y nos obliga a sentarnos en la cama, con la habitación en penumbra, para que no nos asfixiemos al recordar. Luego, algo más calmados, damos la luz y nos entra la risa solo con pensar en nuestra película sentimental. Un poco de humor no viene mal en la madrugada, ya que la risa alivia, sobre todo al saber que el corazón siempre tiene un hueco para un loco más.
Las
mil y una noche, a lo que agregar las noticias, tan cercanas y horribles, llenas
de despropósitos, que siempre terminan mal, cuando no finalizan con los deportes y el
tiempo. Las noticias han puesto de moda la muerte, a la que ya no le hacemos ni
caso. Y para que no sea todo tan borroso, nos ponemos las gafas.
Repiten de nuevo el tiempo y el nombre de la borrasca que viene,
que luego nunca llega, ya que suele quedarse en las costas gallegas o se va con
los vikingos, que la reciben con una banda de música. Nos pasamos el desayuno buscando el tiempo
perdido, pero sin leer a Proust, sino ojeando el Marca, que es donde se hace
magia con el deporte para que parezca literatura, sobre todo si nos detenemos
en la señorita de la última página, la de atrás, que es donde se detiene el
voyeur, ese carnicero que engulle las páginas de papel couché.
Antigua cocina romana |
Cuando está amaneciendo, ponemos la lavadora y regamos el jardín, que se reduce a dos plantas de interior que chorrean más que las camisetas sin centrifugar. Y a continuación le damos al play de la música y encendemos un palo de sándalo para generar una cierta sensación de paz, aunque los truenos, por dentro, suenen hasta en la Conchinchina, donde todavía permanece vivo el recuerdo de Marguerite Duras, sobre todo en ese mar de la China Meridional del Sur, siempre tan lleno de palabras, silencios, soledad y deseos fulgurantes. Y llega el momento de acicalarnos y de rumiar nuestros dramas interiores, que normalmente se columpian entre la ironía y el dramatismo, acompañados casi siempre de un poco de humor, cuando no algo de cachondeo, sobre todo al mirarnos al espejo y ver esas caras tan hieráticas que parecen la de una estatua del Museo de Cera, donde han echado a parte de los escultores porque las réplicas no se parecían en nada a los originales.
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Cuarto de baño |
Pero aquí el
original somos nosotros, yo, tú, él…, contando también con vosotros y con ellos.., con todos, la familia y el equipo de fútbol, la peña y
el grupo de watssap, los de siempre, que es como decir nadie, dado que, todo
hoy en día es “on line”, virtual, o sea, de mentira, además no los vemos físicamente, puesto que de lo que se trata es de hacer ensayos hasta que llegue esa esperadísima transición hacia
la eternidad, que es la otra gran trola, tan necesaria, ya que sin ella no se
venderían entradas, aunque luego igual van y la suspenden, y no nos devuelven el dinero,
porque, para entonces, quizás el dinero ya no exista o, de existir, no valga una
mierda. Total que el tema nos deja algo recelosos y, por puro sentimentalismo y dado que en el
cielo tienen abierto las veinticuatro horas, cogemos y le preguntamos a mamá,
que ha sido cocinera antes que monja y que, a estas alturas, tiene el alma ya
muy blanca. Se oye un poco de ajetreo, unos ruidos y… Nada, en seguida nos atiende, siempre con esa
ternura que tanto la definió, con esos
buenos modales, tan inteligente como
era… Al segundo, escuchamos su consejo:
“Podemos si pensamos que podemos”. Resuelto el dilema. Hombre, a esto se lo
podría añadir (y esto ya es opcional) lo
de abrigarse el cuello y no ir por ahí con las manos vacías, pero , en
realidad, es más que suficiente con seguir al pie de la letra de la canción, esa canción tan llena de nostalgia y de
gratitud...., canciones que tararearon miles de personas a la luz de la luna, con el chisque encendido y el fular en el cuello, y que
tocaron grupos como The Intruders, Metallica…,
incluso Bob Dylan. Todo está inventado. La música está ahí… y la vida seguirá estando ahí aunque no sepamos
por cuánto tiempo.
El
cielo, en ese momento del que hablo, no es otro que el color de los azulejos del cuarto de
baño. No pasa nada. Es bueno que la mente cree cada mañana una ilusión. Así, al
menos, nos imaginamos que ocurren cosas.
Me quedo con la luz del ocaso, más
tranquila, cercana, sin tanta apoteosis y que nos muestra una belleza más
natural. Es aparecer en el cielo el brillo de las estrellas y los mitos se
difuminan, convertidos en cuatro tiznajos. Es lo que sucedió con la Garbo,
cuando desapareció de la escena pública, con tan sólo 36 años. Pero, no nos
engañemos, las cosas que son bellas lo son para siempre. La belleza es tan
necesaria como respirar.
Llueve con prudencia. Lleva unos días
que el agua cae como si fuera maná y entra en la tierra para regenerarla y
sacarle los enigmas que están bajos los surcos, donde los hombres sembraron
dioses y leyendas apocalípticas para que el miedo dejara de anidar en sus
almas. Pero la tierra se negaba y de ella brotaba la verdad, como brota un
espárrago o una mata de habas, o las yerbas de los ribazos y los ababoles,
rojizos y delirantes.
Ahora, al caer la tarde, la luz
comienza a resbalar por el horizonte, donde la hileras de cepas se adivinan
interminables, y los majuelos parecen estar insertados unos con otros sin
definir propiedades ni dueños y todo fuera una sola tierra, la tierra donde se
trenzó el duelo y el destino, un monumento que, desde antaño, han querido
borrar con el silencio desde los despachos. Por eso, cuando empecé a escribir,
me di cuenta de que nunca antes había sabido tanto de nuestra ignorancia.
Llueve con prudencia y las noticias
vuelan bajo. Y la verdad parece estar escondida en los matorrales de la
democracia. Esta mañana me he acercado a comprar el pan y la prensa y, cuando
me he sentado a leer, he empezado el periódico por las necrologías y por los
chistes. He llegado a la conclusión de que así se vive más, pero sobre todo
menos enfadado. Aquí se mezcla el paso del tiempo con multitud de olores. Siempre
estamos en pentecostés: esperando a alguien o a algo. Y el tiempo pasa pero las
guerras y el caos se instalan en el recuerdo. Luego, al rato, recordando,
elevamos la mirada y los ojos se quedan en el cielo.
Desde el montículo en el que estoy
subido ahora, veo cómo un agricultor se afana en la viña. Está acompañado por
su hijo, un niño de unos ocho años, que observa el campo como un marino observa
el mar. Cuando veo esa imagen pienso que para saber dónde está el paraíso sólo
hay que mirar con los ojos de un niño. La mayoría de las veces lo tenemos
delante de nuestras narices y no nos damos cuenta. Después de tanta
majestuosidad, vuelve la calma. También hay gente que se esconde bajo un
sombrero o una gorra, como Juan Belmonte escondía a su amor, que era una mujer
argentina, y judía que, harta de Madrid, cuando se quedó viuda, regresó a
América. A mí de siempre me estorbó cualquier cosa encima de la cabeza.
No dejo de pensar ni de nadar por las
calles que conozco y que amaba. Por primera vez piso las aceras como si fuera
un desconocido. Quiero entender la razón pero no hay ninguna. Son cosas del
tiempo, del paso del tiempo.
Las casas bajas, son todas muy
parecidas. Ya estoy casi llegando de nuevo a mi casa y sé que tengo que dejar
de colgar palabras en el aire o no llegaré nunca. Pero, por otro lado, no puedo
hacerlo porque entonces me quedo desnudo.
Oigo ladrar al perro de Zaragatas y
la risa inconfundible de Isabel, que viene tras de mí como un icono de la
felicidad. Nos saludamos y optamos por echar por la sombra. Entonces le digo
que un día, andando por esa misma acera, Basilio, un hortelano que murió hace…,
hará unos siete años, me paró y me dio un consejo: “ Que era bueno andar por la
sombra para entretener a la muerte”. Sin embargo, Isabel dice que prefiere el
sol porque si andas mucho rato por la sombra se desafina el día. Opiniones…
Cada cual con su mundo, porque un pueblo son muchos mundos y muchas almas en
vilo, como la Pilarcilla, que siempre tiene en los labios un cantar y en el
corazón un instrumento, y le pone música a la mañana. Una alegría que transmite
en seguida a los vecinos, que, de pronto, dejan el grifo abierto mientras lavan
las hortalizas, amenizando las horas con el sonido del agua. O con la
máquina de coser y la batidora de la mayonesa. Un sonido llama a otro, como una
vida invoca a otra y, de esa manera, se van multiplicando las sensaciones
dentro de las casas, para después, desbordadas, escaparse por las puertas y los
balcones hasta llegar a las calles, porque cuando hay emociones en las calles,
se multiplican los abrazos, y esa actitud se contagia de unos a otros. Y, sin
que nos demos cuenta, cada uno de esos momentos, cada una de esas pequeñas
cosas, después, con los días, se nos hacen grandes dentro del corazón.
3 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminarMe encanta que el cielo esté abierto las 24 horas del día …
¿Desayunamos?
Muy bueno
ResponderEliminarMe encanta…
ResponderEliminarLa frase: “siempre tiene en los labios un cantar y en el corazón un instrumento, que le pone música a la mañana”… ¡es inmensa!
Pero ya lo rematas con el final que dice: “ los pequeños momentos, se hacen grandes en el corazón”
¡Tu sí que eres grande!