LA MAÑANA LE HACE UN SITIO A LAS DUDAS


 

 El café de la mañana le hace sitio a las dudas. La noche ha sido una batalla de propuestas y desvelos por si cambiaban la hora o no. Darwin no se tenía que haber ido a las Galápagos para comprobar la evolución de las especies teniendo en la Vieja Europa tantos datos, ya fuera con la del piso de debajo, con su melena de bruja esperando que venga la Inquisición,  o con el quiosquero,  que le da al perro los caramelos, cuando ya los ha chupado.

 La noche nos desvela para que repasemos en silencio nuestro pasado, el circo de nuestra biografía, una redacción que  nos obliga a sentarnos en la cama para que no nos asfixiemos, al recordar. Luego, algo más calmados, damos la luz y nos entra la risa solo con repasar la película sentimental que hemos ido presentando de festival en festival, aunque un poco de humor tampoco viene mal a esas horas, a las “mil y una noche”,  cuando todos los gatos son negros y los pensamientos están llenos de despropósitos. Y que te voy a contar si te da por poner la televisión…,  la mayoría de las noticias han puesto de moda la muerte. Y ya no le hacemos ni caso. Para que no sea todo tan borroso, nos ponemos las gafas. De nuevo, repiten el tiempo…,  y el nombre de la borrasca que viene, que luego nunca llega, porque decide quedarse  en las costas gallegas o irse con los vikingos, que la reciben con una banda de música por “si cae alguna sueca”.  Y por la mañana, nada más levantarnos,  nos pasamos la mitad del desayuno buscando el tiempo perdido, pero no por leer a Proust, no vaya a ser que…, sino ojeando el Marca, que es donde se hace magia con el deporte para que parezca literatura, sobre todo en la última página, la de atrás, ésa a la que hay que darle la vuelta o poner el periódico boca abajo…, y allí.., allí…, sí, ¡joder…!,  nos topamos con la señorita en cuestión, la tía buena que les pone los pelos de punta a los del “furbo”, al voyeur, a ese carnicero que engulle las páginas de papel cuché como si se comiera una hamburguesa del Burger King.

Cuando está amaneciendo, ponemos la lavadora y regamos el jardín, ese  edén que se reduce a dos plantas de interior que chorrean más que las camisetas sin centrifugar. A continuación le damos al play de la música y encendemos un palo de sándalo para generar una cierta sensación de paz, aunque los truenos, por dentro,  suenen hasta en la Conchinchina,  donde todavía permanece vivo el recuerdo de Marguerite Duras, sobre todo en ese mar de la  China Meridional del Sur, siempre tan lleno de palabras, silencios, soledad y de deseos fulgurantes. Y llega el momento de acicalarnos y de rumiar nuestros dramas interiores, que normalmente se columpian entre la ironía y el dramatismo, y que casi siempre vienen  acompañados de un poco de cachondeo, sobre todo al mirarnos al espejo y ver esas caras tan hieráticas…,  y que tanto se  parecen a las del Museo de Cera, donde han echado a parte de los escultores porque las réplicas estaban lejos de los originales. Pero da la casualidad que,  aquí, frente al espejo,  el original somos nosotros, yo, tú, y él…, contando también con  nosotros,  vosotros y ellos.., con todos,  la familia al completo, el equipo de fútbol, la peña y el grupo del watssap, los de siempre, las amistades virtuales, o sea, las de mentira, a los hace que no vemos físicamente tropecientos siglos, puesto que  de lo que se trata es de hacer ensayos hasta que llegue  esa esperadísima transición hacia la eternidad, que es la otra gran trola y, al parecer, muy necesaria,  ya que sin ella no se venderían entradas para la eternidad, aunque luego igual van y  suspenden la “ascensión”, y no nos devuelven el dinero, porque, para entonces, quizás el dinero ya no exista o, de existir, no valga una mierda. Total que el tema nos deja algo recelosos y,  por puro sentimentalismo y dado que en el cielo tienen abierto las veinticuatro horas, cogemos y le preguntamos a mamá. Al segundo, escuchamos  su consejo: “Podemos si pensamos que podemos”. Resuelto el dilema. Lo que sucede es que, en ese momento, tal vez se  nos haya pasado por alto una cosa y es que el cielo del que hablamos no es otro que el color de los azulejos del cuarto de baño. Pero no pasa nada. Es bueno que la mente cree cada mañana una ilusión. Así es más fácil llevar la vida.




                         






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3 Comentarios

  1. ¡Buenísimo!
    Me encanta que el cielo esté abierto las 24 horas del día …
    ¿Desayunamos?

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  2. Me encanta…
    La frase: “siempre tiene en los labios un cantar y en el corazón un instrumento, que le pone música a la mañana”… ¡es inmensa!
    Pero ya lo rematas con el final que dice: “ los pequeños momentos, se hacen grandes en el corazón”
    ¡Tu sí que eres grande!

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