La noche nos desvela para que
repasemos en silencio nuestro pasado, el circo de nuestra biografía, una redacción
que nos obliga a sentarnos en la cama para que no nos asfixiemos, al
recordar. Luego, algo más calmados, damos la luz y nos entra la risa solo con repasar la película sentimental que hemos ido presentando de festival en festival, aunque un poco de humor tampoco viene mal a esas horas, a las “mil y una noche”, cuando todos los gatos son negros y los
pensamientos están llenos de despropósitos. Y que te voy a contar si te da por
poner la televisión…, la mayoría de las
noticias han puesto de moda la muerte. Y ya no le hacemos ni caso. Para que no
sea todo tan borroso, nos ponemos las gafas. De nuevo, repiten el tiempo…,
y el nombre de la borrasca que viene, que luego nunca llega, porque decide
quedarse en las costas gallegas o irse
con los vikingos, que la reciben con una banda de música por “si cae alguna
sueca”. Y por la mañana, nada más levantarnos, nos pasamos la mitad
del desayuno buscando el tiempo perdido, pero no por leer a Proust, no vaya a
ser que…, sino ojeando el Marca, que es donde se hace magia con el deporte para
que parezca literatura, sobre todo en la última página, la de atrás, ésa a la
que hay que darle la vuelta o poner el periódico boca abajo…, y allí.., allí…,
sí, ¡joder…!, nos topamos con la
señorita en cuestión, la tía buena que les pone los pelos de punta a los del “furbo”, al voyeur, a ese carnicero que
engulle las páginas de papel cuché como si se comiera una hamburguesa del
Burger King.
Cuando está amaneciendo, ponemos la
lavadora y regamos el jardín, ese edén que
se reduce a dos plantas de interior que chorrean más que las camisetas sin
centrifugar. A continuación le damos al play de la música y encendemos un palo
de sándalo para generar una cierta sensación de paz, aunque los truenos, por
dentro, suenen hasta en la Conchinchina, donde todavía
permanece vivo el recuerdo de Marguerite Duras, sobre todo en ese mar de la China Meridional del Sur, siempre tan lleno de
palabras, silencios, soledad y de deseos fulgurantes. Y llega el momento de
acicalarnos y de rumiar nuestros dramas interiores, que normalmente se
columpian entre la ironía y el dramatismo, y que casi siempre vienen acompañados de un poco de cachondeo, sobre
todo al mirarnos al espejo y ver esas caras tan hieráticas…, y que tanto se parecen a las del Museo de Cera, donde han
echado a parte de los escultores porque las réplicas estaban lejos de los
originales. Pero da la casualidad que, aquí, frente al espejo, el original somos nosotros, yo, tú, y él…,
contando también con nosotros, vosotros y ellos.., con
todos, la familia al completo, el equipo de fútbol, la peña y el
grupo del watssap, los de siempre, las amistades virtuales, o sea, las de
mentira, a los hace que no vemos físicamente tropecientos siglos, puesto
que de lo que se trata es de hacer ensayos hasta que llegue esa
esperadísima transición hacia la eternidad, que es la otra gran trola y, al parecer,
muy necesaria, ya que sin ella no se
venderían entradas para la eternidad, aunque luego igual van y suspenden
la “ascensión”, y no nos devuelven el dinero, porque, para entonces, quizás el
dinero ya no exista o, de existir, no valga una mierda. Total que el tema nos
deja algo recelosos y, por puro sentimentalismo y dado que en el
cielo tienen abierto las veinticuatro horas, cogemos y le preguntamos a mamá. Al
segundo, escuchamos su consejo: “Podemos si pensamos que podemos”.
Resuelto el dilema. Lo que sucede es que, en ese momento, tal vez se nos haya pasado por alto una cosa y es que el
cielo del que hablamos no es otro que el color de los azulejos del cuarto de
baño. Pero no pasa nada. Es bueno que la mente cree cada mañana una ilusión. Así
es más fácil llevar la vida.


3 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminarMe encanta que el cielo esté abierto las 24 horas del día …
¿Desayunamos?
Muy bueno
ResponderEliminarMe encanta…
ResponderEliminarLa frase: “siempre tiene en los labios un cantar y en el corazón un instrumento, que le pone música a la mañana”… ¡es inmensa!
Pero ya lo rematas con el final que dice: “ los pequeños momentos, se hacen grandes en el corazón”
¡Tu sí que eres grande!