LA CEREMONIA DEL FRÍO


Paseo con árboles nevado


A principios de este año, antes de que llegara la ola de frío, ya la estaban anunciando, tanto en las noticias, como en los entremeses o en el postre. Anunciaban a bombo y platillo sus efectos catastróficos con la única intención de meternos el miedo en el cuerpo, de tal modo que, cuando  aparecieran de verdad las bajas temperaturas,  días después, no nos cogiera por sorpresa o en una situación límite (como les pasó a los sintecho, que se quedaron a la intemperieenteleridos, sucios, solos..., con las ropas raídas, el tetrabrik de vino sobre la acera y el cuerpo tirado sobre un cartón a la puerta de un banco…), sino que nos pillara reunidos  en familia, en nuestras casas con nuestras hipotecas y la nevera llena de esos productos de "pague dos y llévese tres", o sea, consumiendo, aunque lo que consumiésemos fueran tiempos muertos, aburridos y soporíferos, ya que, en este siglo XXI,  el tiempo  se compra por gramos y se mide por puntos, como el carnet de conducir, y da igual tener cero puntos que menos diecisiete, si, en la mesa, te toca estar sentado  jugando al parchís o al Monopoli  entre la tía Gertudris y sus charlas de Termomix, y el pesao del cuñao con sus discursos tipo cátedra, a la que ya se ha presentado cuatro veces y no ha aprobado ninguna vez. Que haga frío en invierno es lo normal, pero que, de ese fenómeno, se haga un programa de televisión, otro de radio.., para ir creando a través de las ondas y las parabólicas una alarma, alarmante y disuasoria, vamos, el acojone padre..., pues qué quieren que les diga...  Pero, ya digo, de lo que se trata, realmente, es conseguir que nadie salga a la calle, que nos quedemos  en casa (en nuestro paraíso doméstico) poniendo un clavo en las ideas, una escarpia en la puerta o en nuestros sueños, partiendo leña, aunque sea sin hacha y sin chimenea, puesto que ahora todas las estufas son de pellet…  Lo que se busca no es que nos libremos de la quema  o, mejor dicho, del frío, no, lo que buscan es que nos encerremos para consumir  potitos, gusanitos, yogures…, o lo que sea…, sin darnos cuenta de que, con esa actitud,  al claudicar ante un mensaje tan tramposo,  le estamos dando la espalda a nuestra rebeldía y a nuestro compromiso ético, a nuestras expectativas, …y, de paso, le estamos dando también la espalda a la luna, que es más grande que una hogaza de pan, ya sea mora de la morería, blanca o roja, porque, nos guste o no, hemos de reconocer que la luna es parte de nuestros recuerdos, de nuestra  leyenda, y de nuestro  espíritu… Diría más: esa oblea que se posa todas las noches en la cartulina del cielo  es una parte importante de nuestra vida sentimental, sin la que no podríamos vivir, y no por la fotografía, o por esas miradas que le echamos de vez en cuando al cielo por la noche, sino porque, al darle la espalda, lo que estamos diciendo es que  se nos han quitado las ganas de volver a ser niños, de jugar en la nieve..., de corretear por la blancura de la vida, que es como el detergente, y asistir a esa ceremonia tan maravillosa bajo la que, en un par de meses, se multiplicará la vida, y aumentará el caudal de los arroyos..., y la flora comenzará a seducir a las abejas, y la fauna andará de correrías y cuidando sus camadas, porque la primavera volverá a preñarse la vida, incluidos los cerezos, que también se preñarán sin necesidad de pasarse por los grandes almacenes ("Me gustaría hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos", Poema 14 del libro de Pablo Neruda "Veinte poemas de amor y una canción desesperada"). Así que estoy deseando que llegue la ola de frío y que me pille en plena calle y en mangas de camisa, recibiendo como se merece al reino del agua, recibiendo al viento a porta gayola, y flambear los resultados encendiendo el fuego como si flambeara una filloa o una crema catalana, que siempre tiene ese color especial, como Sevilla, entre anaranjado y dramático, propio del caramelo, ya que la luz borra toda elegía, toda alarma, y todas las mentiras. Quizás nuestros meteorólogos, cuando se referían a “la ola de frío” se querían referir al témpano, a esa gran masa de hielo en la que se ha convertido la sociedad, de la que sólo conocemos, si acaso, la superficie. A diario, la rebeldía, la libertad…, se dan de bruces contra ese magma de hielo, como si fueran maquetas de aquel Titanic legendario, atrevido y solitario, el mayor barco de pasajeros del mundo que naufragó en las aguas del océano Atlántico durante la noche del 14 y la madrugada del 15 de abril de 1912, mientras realizaba su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York. Si bien, como aseguran las teorías de la conspiración,  el Titanic nunca se hundió. En su lugar, la embarcación que yace en el fondo del Atlántico  es la del Olimpic,  su hermana gemela,  y el cambio se habría llevado a cabo en secreto por un asunto de aseguradoras y una posible bancarrota. Otra de las narrativas que se menejan ante este suceso es aquella que viene a decir que en el barco no iba J.P. Morgan, ya que el banquero sabía a ciencia cierta que esa buque no finalizaría su travesía, ya que en él sí que viajaban los empresarios estadounidenses Isidor Straus (entonces dueño de los grandes almacenes Macy’s), John Jacob Astor y Benjamin Guggenheim, los mismos que se oponían a la creación del Banco  Central Estadounidense y de la Reserva Federal. Teorías, conspiraciones..., cosas de la vida.  

Vuela un chicle a cámara lenta, captado por una Slow Motion de 10000 fps, y cae sobre la acera como una bomba, residuo de nuestra ansiedad y del bruxismo, que nos ha servido para rumiar durante unos minutos el presente y que después escupimos como lo haría un camaleón con la punta de su viscosa lengua para sembrar las aceras de goma, donde se detendrán nuestros pasos y encallarán nuestros zapatos. Tiramos el presente donde sea, al suelo, porque el futuro es una mole de hielo de la que no sabemos nada. Hemos dejado de acogernos a un sueño y de creer en nuestro interior. El presente es una goma de mascar que tiramos al suelo para que la limpien otros. Y el futuro una máquina que hace cubitos para los cubalibres de la noche.

Hay que volver a la mina, al interior, y sacar el carbón con las manos, sacar la riqueza que nos queda para  iluminar la vida, escarbar dentro del ser humano y, con ello, seducir a la luna sin darle la espalda, sin viajes lunáticos, sin aterrizajes peliculeros... Hay que volver al hombre y dejar el dinero a un lado. El chicle es la desidia, el símbolo de lo superfluo, la goma que nos convierte en muñecos diabólicos y no en niños que juegan sobre la nieve recién caída.

 




 






























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2 Comentarios

  1. ¡Magistral!
    Qué manera tan especial de contar la vida de la naturaleza, esa que el ser humano destruye y no valora.
    “Hemos dejado de acogernos a un sueño y de creer en nuestro interior”
    ¡Impresionante frase!
    Tú, sí que te mereces una ola
    ¡Brindemos por la ceremonia del frío!

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  2. ¡Buenísimo … “la primavera volverá a preñar la vida”!
    Me encanta

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