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| Dirección General de Tráfico. Niebla en Madrid |
La niebla, la gran dama de las gasas con muselinas, ha metido a la mañana entre fumarolas y algodones. No se ven tres en un burro. La luz intenta abrirse paso, sin conseguirlo. La mayoría de los personajes están tomando café, esperando a que levante. Pero no todos, porque algunos actores de esta obra piensan que la niebla es un juego misterioso o quizás un desafío a las leyes del espacio y del tiempo, sin caer en la cuenta de que a menudo la niebla es el típico regalo al que, horas después, le sigue la luz, esa luz cenital que iluminará la representación, con la que hay que seguir. Decía Carmen Martín Gaite que la “niebla es un espejo roto”, hecho mil añicos, y cada uno con una perspectiva diferente.
A menudo, cuando
intentamos salir de ella, tenemos la sensación de estar jugando a “La gallina
ciega”, tal y como la pintó Goya. Y nos cuesta avanzar, incluso ver con
nitidez lo que tenemos más cerca. Entre la niebla, nos orientamos
como los murciélagos, esa palabra que tiene las cinco vocales y ninguna se
repite, y lleva tilde, y es esdrújula, que es la forma más musical de las
palabras. Y, por si faltaba algo, el murciélago es un mamífero que vuela
y es ciego, pero no vende cupones. Y nosotros, entre la niebla, también nos
orientamos como los murciélagos, sobre todo por las incertidumbres, que nos
hacen ser vulnerables al dejarnos sin nuestro ego, tan indomable,
tan soberbio. Una mañana con niebla es como si volviéramos a nacer. El día que
yo nací también había niebla. No es que me acuerde, porque entonces no sabía
nada, pero me imagino el momento a partir de lo que me fue contando mi madre. Hacía frío. Era época de matanzas, con los cerdos chillando en las
calles y la niebla como telón de fondo de esos instantes tan dramáticos. El grito y la vida, ya que nací a las seis de la mañana.
Mi madre tenía una cara de felicidad exultante, cuando aún no había amanecido.
Dicen que al dar a luz "se van los recuerdos”. Y que para recuperarlos,
hay que volver a recordar. Pues eso, recordando.
La niebla es el caos donde la campana saca las cosas y hace
desaparecer el presente, incluso todas las historias que se cuentan bajo su influjo, como le gustaba decir a Gonzalo Torrente Ballester. La niebla se traga las ciudades y los pueblos. Hay aldeas que duermen sobre ella. Por la
radio de la vecina suena Balada de otoño, cuando acaba de comenzar octubre. La
canción llena el ambiente de melancolía, “a veces como un murmullo; a
veces como un lamento”, y entre las brumas se escucha el canto de los
gallos, que desafían el silencio y la belleza.
Vivo entre los cristales y la niebla, que hace todo invisible, incluida la aventura humana, que atraviesa el tiempo desde el fondo de la noche hasta el amanecer, momento en el que, al darnos la vuelta en la cama para iniciar un segundo o tercer sueño, el cuerpo se revela hacia dentro y las babas manchan la almohada, y comenzamos a murmurar un amasijo de palabras incomprensibles, pero ciertas, porque, quizás, lo que estamos pronunciando inconscientemente, no son palabras, sino sentimientos, de ahí la escasa nitidez de esa confesión inesperada, compuesta por unas emociones que han permanecido en secreto durante todo este tiempo en los rincones del corazón. Al rato, invadidos por la ansiedad y tras esa inesperada batalla de afectos que han salido a luz, nos despertamos como lo haría cualquier sonámbulo. Es abrir la ventana y la niebla nos enfrenta de nuevo a nuestros miedos, al precio de la sinceridad …, y, sin preguntar, se mete hasta nuestros huesos, a los que manipula, como manipula la verdad para que no se rompa algo que ya lleva mucho tiempo roto y que no tuvimos el suficiente valor para manifestarlo cuando tocaba, y al color verde lo hace más verde, y a los cementerios los convierte en siluetas, y a las hojas las impregna de gotas de agua, y a los hombres los saca de sus costumbres para que dejen de hablar en voz baja... En tanto..., ella sigue recorriendo las calles y deteniéndose en los árboles, o invadiendo los campos y los barbechos, que parecen mares detenidos en la llanura… Y todo eso lo hace de una manera callada, ordenada, y casi secreta. Y para disfrutar de ese espectáculo, solo hace falta andar un rato y salir a las afueras para ver lo que trae la mañana, una estampa poderosa que me tienta, que hurga en mis tripas y me anima a que sea otro, que sea fiel a mí mismo y no siga engañándome, que defina la vida como se merece en vez de intentar hacer malabarismos con las cosas muertas. La mañana tiene una cita con la niebla y yo con el médico. Entre la mañana y la niebla, me han traído tan temprano un fresco indescriptible envuelto en un trozo de periódico con las noticias de la mañana. No me voy a poner a leer teniendo delante de mí esta ceremonia... Solo deseo quedarme quieto y seguir mirando detenidamente este horizonte maravilloso para creer una vez más en las palabras que no se dicen, ésas que escribe la vida en los primeros minutos de la mañana que son verdades como puños, mientras el rocío me va empapando los párpados y la fotografía del campo se va convirtiendo en un lienzo perfecto, imborrable. Intento no moverme para que nada se desenfoque. Así que voy a continuar al pie de la vida, aquí, erguido, espectante..., observando la única verdad posible ante un mundo, como el de hoy en día, al que ya no reconozco.


4 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminarMira que me gusta la niebla, pero contado así… me gusta mucho más.
Eres un crack.
👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻 Precioso
ResponderEliminarMuy bien
ResponderEliminarHaces magia con las palabras y consigues que todo sea impresionante.
ResponderEliminar¡Grande, Celín!