Octubre al alba, entre
un lucero, Venus y todo un gineceo transparente, como cristales en
la mañana… Mil espejos y una cara adormilada como un gato, que me da los
buenos días, que limpia mi voz podrida de la noche, y yo, saliendo de la ducha, le doy un beso que espanta todas las dudas, con olor a café y al pan tostado…, después de ver de refilón las noticias y la lucha entre
romanos y cartagineses, que siempre termina con la mesa sin recoger y los ladrillos sin barrer, y todo el atrezzo manga por hombro, porque lo que importa es la lucha, la daga y la espada en pleno duelo, la instántanea, el contrapicado o el plano nadir para ensalzar al guerrero, que sale ileso de la batalla, tras defender al pueblo, que se ha alzado en armas.
Nos llama el trabajo,
la vida que no hemos elegido. Juntos de la mano hasta el
coche, que se pierde cuesta abajo… La frenada, los dos pilotitos rojos, el din
don de la campana, el ring de los relojes, rompiendo el silencio y los sueños,
la ciudad fresca y húmeda, el pelo también, sin tiempo para nada…, la vida
urgentísima, deprisa y corriendo, luchando contra el tiempo, teniendo como
enemigos a los minutos, a los segundos, incluso a las milésimas…, total para pasarnos la mañana trabajando. Ya ves…
Octubre impotente y con el gentío subido en los andamios o en las fuentes con sus banderas y sus reivindicaciones. También la calle, muy caliente, y las castañas asadas. La vida que se resiste a claudicar ante los
políticos, con sus discursos mal escritos, y mal leídos… Dicen de carrerilla el texto para que pasen desapercibidas las mentiras y no se les note el grado de
incultura, las telarañas que tienen los libros que hay en las estanterías de sus
casas. Hablan sin saber lo que significa “quimérico”, pero, como se lo han
escrito en el papel, van y lo dicen, no vaya a ser que… Es como si jugaran a La Gallina Ciega.., por si cuela. En la mano, cuatro
tristes folios repletos de promesas que gritan a la concurrencia desde el
balcón, donde las han tenido atadas y al fresco toda la noche para que
no huelan a podrido.
Sentado en la mesilla
y con el flexo encendido, sigo esperando a que llegue el viento y
se lleve las tinieblas que le han colgado a la vida como si fueran unos de esos cortinajes que se ven en las habitaciones de “Las amistades peligrosas”, un ambiente lleno de perversidad y de humedades de la entrepierna.
También espero a que se me encienda la bombilla y pueda seguir con lo mío,
hilando palabras, que exige un aprendizaje constante, aunque, después, vengan
los demás a posar su envidia sobre la obra como se posa una mosca sobre una
tostada, en la mañana, mientras me desayuno la prensa. El periodismo, de vez en
cuando, nos hace una visita a domicilio, como el médico. Pero sus redacciones,
con tanta negrita y tantas mayúsculas, están muy alejadas de lo que necesitan
los ciudadanos.
Octubre nos trae nuevas emociones y muchos charcos,
sin ranas y sin renacuajos, ya que estos suelen aprender el oficio rápidamente
ejercitándose con Montesquieu. Los recuerdos se quedan flotando en el aire
esperando a las nubes y a la lluvia de la tarde, que viene a
ser el té de los ingleses, porque la memoria necesita algo
de tranquilidad para recuperarlos.
En los hechos cotidianos es donde se ve de verdad a la
fiera humana. No hay día que no tengamos que reparar algún roce o ponernos una
tirita en el alma. Todos estamos heridos y el dolor se cura mejor en primera
persona.
La maquinaria se ha puesto de nuevo en marcha.
Acabamos de salir de una zarzuela muy entretenida y ahora nos anuncian una
ópera, de la que desconocemos el libreto. Cuando llegue la hora, no sabremos si
aplaudiremos la escenificación de la obra o romperemos una lanza en favor de la
soprano, tan osada, justo en ese pasaje en el que ensalza al pueblo...,
o si, por último, abuchearemos al tenor en el momento del recitativo
porque no ha dado el “do de pecho”. Pero no pasa nada. No se preocupen. Seguro
que no se detendrá ni la orquesta. Estamos ya acostumbrados.
El cielo se pone de domingo y, a partir de las
doce, le da paso al Ángelus, que es como conectar con ese minuto sagrado
que tienen los días. El cielo cambia de color para hacerle el juego a la
seducción, que en estos días se desborda por los campos y los
bosques, que se llenan de colores, de machos haciendo de pavos
reales..., las hembras de emperatrices, y donde los contrayentes se
aparean desnudos sin esperar a la tarta nupcial o a la noche de bodas.
La mañana se va poniendo femenina y ocre, mientras los barbechos y las viñas
esperan a que llegue la lluvia y llene de encantos las hojas muertas para
que entre ellas aparezcan los hongos y los sueños. El bosque juega todas las
tardes una partida de dados con las nubes porque sabe que, conforme pasan
de largo, van limpiando el alma sin necesidad de echar mano de un
"nanas" de Scotch Brite , que es con lo que mejor se desprende la
grasa del alma, lo cual se agradece, sobre todo en las tabernas, donde se
celebra la llegada del estropajo metálico y la higiene interior, y vemos cómo
uno baila sobre un ladrillo, entre chato y chato, y a otro le sale la vena
elegíaca y recita un verso con las venas a punto de explotar. Es la hora de los
poetas, momento en el que el ambiente se torna caballeresco y medieval, y la
taberna se convierte en la Castilla de Jorge Manrique y el vino en el agua a
consagrar. Pero el vino siempre se cobra algo, porque es capaz de encender la
memoria y la vida.



2 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminarDeberíamos aprender los humanos de los animales y de la naturaleza… ¡Me encanta!
¡Impresionante!
ResponderEliminarQué bonito escribes …