Mayo al alba, entre
un lucero, Venus y, por las calles, todo un gineceo transparente, como cristales en
la mañana… Mil espejos y una cara, adormilada como un gato, que me da los
buenos días, que limpia mi voz podrida de la noche, y yo le doy un beso
saliendo de la ducha, que espanta todas las dudas, tan temprano, con olor al
café de la mañana…, después de ver de refilón las noticias y la lucha entre
romanos y cartagineses, que siempre llevan sobre los hombros a las aves rapaces
por si les falta gente.
Nos llama el trabajo,
la vida que no hemos elegido. La mañana en un ¡ay!, juntos de la mano hasta el
coche, que se pierde cuesta abajo… La frenada, los dos pilotitos rojos, el din
don de la campana, el ring de los relojes, rompiendo el silencio y los sueños,
la ciudad fresca y húmeda, el pelo también, sin tiempo para nada…, la vida
urgentísima, deprisa y corriendo, luchando contra el tiempo, teniendo como
enemigos a los minutos, a los segundos, la milésima…, para pasar una mañana trabajando. Ya ves…
Y mayo atravesado de misticismo. Y de dudas, entre la ópera y Hamlet: de un rey
visigodo que echa un órdago a una sota de bastos, que sale respondona. La baraja
española, tan recurrente. Y la vida que se resiste a claudicar ante los
políticos, que escandalizan al gentío con sus discursos tan mal escritos, tan
mal leídos… Dicen de carrerilla el texto para que no se les note el grado de
incultura y las telarañas que tienen los libros en las estanterías de sus
casas. Hablan si saber lo que significa “quimérico”, pero, como se lo han
escrito en el papel, van y lo dicen, no vaya a ser que… En la mano, cuatro
tristes folios repletos de promesas que gritan a la concurrencia desde el
balcón, donde las han tenido atadas y al fresco toda la noche anterior para que
no huelan a podrido.
Sentado en la mesilla
y con el flexo encendido, sigo esperando a que llegue el viento de La Sierra y
se lleve las tinieblas que le han colgado a la vida como si fueran unas
cortinas de “Las amistades peligrosas”, en ese ambiente lleno de perversidad.
También espero a que se me encienda la bombilla y pueda seguir con lo mío,
hilando palabras, que exige un aprendizaje constante, aunque, después, vengan
los demás a posar su envidia sobre la obra como se posa una mosca sobre una
tostada, en la mañana, mientras me desayuno la prensa. El periodismo, de vez en
cuando, nos hace una visita a domicilio, como el médico. Pero sus redacciones,
con tanta negrita y tantas mayúsculas, están muy alejadas de lo que necesitan
los ciudadanos.
Mayo nos trae nuevas
emociones y muchos charcos, con ranas y con renacuajos, que aprenden el oficio
ejercitándose con Montesquieu. Los recuerdos se quedan flotando en el aire
esperando a las nubes y a la lluvia de la tarde, que viene a ser el té de los ingleses, porque la memoria necesita algo de tranquilidad para
recuperarlos.
En los hechos
cotidianos es donde de verdad se ve a la fiera humana. No hay día que no
tengamos que reparar algún roce o ponernos una tirita en el alma. Todos estamos
heridos y el dolor se cura mejor en primera persona.
La maquinaria se ha puesto de nuevo en marcha. Acabamos de salir de una zarzuela muy entretenida y ahora nos anuncian una ópera, de la que desconocemos el libreto. Cuando llegue la hora, no sabremos si aplaudiremos la escenificación de la obra, tan utópica, o romperemos una lanza en favor de la soprano, tan osada, justo en ese pasaje en el que ensalza al pueblo, o si, por último, abuchearemos al tenor de ojos encristalados en el momento del recitativo porque no ha dado el “do de pecho”, requerido en la palabra “dignidad”. Pero no pasa nada. No se preocupen. Seguro que no se detendrá ni la orquesta. Estamos ya acostumbrados.
El cielo se pone por la mañanas provinciano y a partir
de las doce cambia a municipal. El cielo cambia de color para hacerle el juego
a la seducción, que en estos días se desborda por los campos: los
machos hacen de pavos reales y las hembras de emperatrices, contrayentes
que se aparean desnudos y sin esperar a la tarta nupcial o a la noche
de bodas. La primavera se va poniendo femenina, mientras los
barbechos y las viñas esperan a que, la lluvia y el sol, les
terminen el traje verde, esa alfombra llena de encantos sobre la que crecen
muchos sueños. Con las tormentas y el granizo, el campo juega todas las tardes
una partida a los dados. Cuando las nubes pasan, se despeja el alma, cosa que
se celebra en las tabernas, donde uno baila sobre un ladrillo , entre chato y
chato, y a otro le sale la vena elegíaca y recita un verso con las venas a punto
de explotar. Cuando aparecen los poetas, el ambiente se torna caballeresco y
medieval, y la taberna se convierte en la Castilla de Jorge Manrique y el vino
en el agua a consagrar. Pero el vino siempre se cobra algo, porque es capaz de
encender la memoria y la vida.
Por cierto y para aprovechar el espacio:
CAMBIO BOCATA DE MORTADELA POR DISCO DE BOB DYLAN.
1 Comentarios
¡Buenísimo!
ResponderEliminarDeberíamos aprender los humanos de los animales y de la naturaleza… ¡Me encanta!