LA PARTITURA DE ESTE OTOÑO




Hay quienes acostumbran a caminar siempre por la acera y por la sombra, argumentado que es una forma de entretener  a la muerte; otros, por el contrario, prefieren caminar por el sol para evitar que se desafine el día. Suenan las campanas  en un viernes otoñal, momento en el que  los vecinos se ponen con las tareas domésticas en compañía de la música,  como mi vecina de enfrente, que siempre tiene en los labios un cantar y en el corazón un instrumento, y que lleva ya un rato tarareando Suspiros de España,  como si fuera aquella Estrellita Castro del 1938, que interpretaba este pasodoble en la película,  mientras le va poniendo pinzas a la ropa que tiende en la terraza. A medida que cuelga la ropa, se multiplican las sensaciones, ya que está más pendiente de las cuerdas que tiene al lado que de las suyas: igual se detiene  en una camisa de hombre y se la enrolla al cuerpo, y la huele profundamente,  que en un bóxer de caballero azul marino,   el cual toca con cuidado  como si tocara un tesoro o una entelequia con la que darse un festín, segura de que ese bóxer del vecino del segundo izquierda es esa montaña donde se oculta una mina de deseo; sin embargo, cuando vuelve sobre su gaveta de plástico, llena de ropa todavía, una roja que compró en los chinos, le entra una pereza inmensa. Se agacha, coge con desgana su sujetador, un par de calcetines o el tanga amarillo. Tender es ordenar al aire libre muchas cosas ocultas, incluida el alma, que a menudo chorrea  y cala el alquitrán de la terraza. El alma chorrea a pesar del viento, que siempre acude solo, por muchas almas que tenga que secar.




 La vida se escapa por las puertas y por las ventanas, que llevan abiertas un buen un rato, para que se airee la habitación y salga toda la inquietud de la noche. Antes de que se ponga a llover, hay que cerrar todo y subir de nuevo a la terraza a recoger la ropa en un lío de sábanas, o en un lío de letras y músicas, que tantos sentimientos dejan colgados en la cuerda de tender y que agradecen  las nubes, que mojan la partitura de Suspiros de España y también  el corazón.  La ropa tendida, limpia y multicolor,  ondea en los balcones y terrazas como una bandera de lo cotidiano, que invade el presente. Pero el que se ha adelantado esta mañana del viernes es el pasado, que trae una antología de  lecciones a poner en práctica. Ninguna de esas enseñanzas está clasificada por orden alfabético. No porque que la vida sea corta y no sea necesario configurar nada, sino  porque las cosas importantes suelen ser casi siempre las más simples, sobre todo si aceptamos que  somos una oda a la imperfección y que todas las mañanas necesitamos colorear el horizonte para convertirlo en una atmósfera emocional, aunque sea tendiendo la ropa, y después ir metiendo esos trozos de  emociones  en el bolsillo y llevarlos ahí como un talismán para tocarlo cuando nos plazca. Las historias hay que tocarlas pero sin  dañarlas. No sé si es más grande mi bolsillo o la memoria. Cualquier profano, se hubiera metido dinero en el bolsillo, pero no una historia. Cada vez que tocamos las emociones, aparece un halo de esperanza. Solo hace falta comprobarlo.

Llueve.  Las noticias vuelan bajo.  La verdad anda escondida entre los matorrales de la democracia. Dan ganas de empezar a leer el periódico por las necrológicas o por los anuncios de automóviles. O quizás sea más conveniente dejar el papel para liar los bocadillos y ponerse a mirar por la ventana,  y ver el ritual de sonidos y colores que trae el paisaje, que es un imán que nos atrapa,  porque la tierra es ese lienzo sobre el que se puede trazar hasta un suspiro o una utopía, porque la utopía nos salva de la realidad. Y las copas de los árboles nos protegen de la lluvia como si fueran los Paraguas de Cherburgo, aquella película francesa de 1964 en la que Geneviève y Guy se enamoran, pero corre  el año 1957 y Guy es llamado a prestar servicio en Argelia, dejando atrás a Geneviève,  embarazada y con el corazón roto. Fue una  película que devastó a toda una generación porque venía a decirnos  que todo termina en un bello recuerdo.  Pero la lluvia, que no se aviene a chantajes, rompe esa trama  para que no vivamos de recuerdos, sino de ilusiones. Y de nuevo aparece la utopía, el rosetón, la vidriera gótica, la esperanza, que es el aliento necesario e inestimable para seguir con lo nuestro. La esperanza es la nota humana de este octubre otoñal. Lo otro…, pelillos a la mar. No siempre es acertada la sinopsis de una película con premio. 





 








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3 Comentarios

  1. ¡Buenísimo!
    “la vida es un horizonte que necesitamos colorear para convertirlo en una nueva atmósfera emocional”… y no digamos nada con la siguiente frase:
    “en los labios un cantar y en el corazón un instrumento…”
    ¡Impresionante!

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  2. Qué manera más bonita de hilvanar las palabras…
    ¡Me encanta!

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