Como si fuera un relojero, voy desgranando la vida por piezas. Quiero ver cómo funciona este mundo absoluto, que cruje. En 1996, un banquero dijo que el destino estaba escrito en las estrellas, que son las que siempre traen respuestas. Sin embargo, a las grandes potencias no les dio por las estrellas, sino por subir a la Luna, que la tienen a sueldo para que se deje manosear y fotografiar. Luego, aprovechando el viaje y la "gasofa", al precio que está, han ido a ver lo que encuentran en Marte, ya sean cardillos o setas. ¡Con las cosas que quedan por hacer por aquí abajo...! Nadie se libra de la tentación, que siempre viene de arriba, como en aquella película de 1955, con la Monroe, dirigida por Billy Wilder.
Escribo sentado y con los pies descalzos (Quentin Tarantino, para crear, también suele meter en su obra muchos planos de pies descalzos). No me gustan las biografías oficiales. Escribo en silencio, mientras me lleno de humildad en el arte de envejecer, que no es más que el don que otorgan los años, aceptar con elegancia el paso de los años. Como dijo Henry Amiel “envejecer es uno de los capítulos más difíciles en el arte de vivir”.
Si queremos sentir de nuevo el vértigo, que viene a ser esa profundidad que se abre ante nosotros y que tanto nos seduce, tenemos que darnos la vuelta y volver a empezar, ya que, con el camino que hemos elegido, mal vamos. El vértigo no lo proporciona el capitalismo o el dinero. El viento también lleva y trae mensajes. Lo que hay que hacer es poner atención y escucharlos. Y, de paso, convertirnos en verdaderos seres humanos y entender la vida de una vez por todas. Como dice la canción, “tenemos que encontrar un sueño, una emoción que nunca antes habíamos conocido…”.
He venido hasta aquí a buscar tiempo, porque la escritura necesita tiempo. Y algo de silencio, como también necesita honestidad. No volveré a caer en el error de escribir cosas estúpidas por dinero. La globalización… Los mismos anuncios, las mismas ropas, los mismos gestos, las mismas películas, los mismos peinados..., los mismos rostros… Sólo me van a quedar los libros. Todo lo demás arderá: los pantalones de montaña del Decathlon, los muebles de Ikea, la ropa barata, las series de tv que nunca vi, la frivolidad, las mercancías de “los mil anuncios diarios” para que consumamos…, los seguros de vida de las aseguradoras, las alarmas antirrobo… En mi casa, no va a quedar nada en los armarios ni en los cajones del robo legalizado.
He venido aquí para mirar de pie y con tranquilidad por la ventana. Me gustan las ventanas sin visillos, sin engaños, sin trampas, desde donde ver el infinito y las gentes en una rebelión pacífica contra este mundo tan manipulado. La ventana es ese espejo en el que mirarnos y que nos permite que nuestra imaginación vuele lejos. Sólo hay que abrirla.
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