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Cloaca Máxima |
Las
cloacas del poder siguen teniendo el olor fétido de la traición, mientras San
Isidro labra los campos, entre rezo y rezo, y las chulapas y chulapos van preparando la fiesta que tendrá lugar en la pradera de las siete colinas, entre el chotis del organillo, cientos de barquillos y canastos llenos de rosquillas, unas vistas al
Manzanares, las pinturas al natural de Goya, y la vedette Celia Gámez cantando Suspiros de España, en Las Vistillas. Un
santo labriego para un Madrid urbano. Como decía Gloria Fuertes: ―”Madrid es mi
asfalto”. Luego, cada cual llevará interiormente su novela, que no es de aquí ni
de allá, y que, una vez terminada de escribir, la echaremos a la Fragua de Vulcano para que
arda con el tiempo, como la forja de todo
rebelde o la mítica trastienda del poder, que siempre está bajo custodia, y donde,
mientras dure el hechizo, se irán reflejando los códigos de la moral reinante.
Los países
democráticos claudican ante La Santa Sede, ante ese negocio eterno que sigue
trapicheando con las almas, cuando en los bares vuelve a sonar el molinillo de
café para apaciguar las tertulias, el griterío de la parroquia, la carcoma de la palabra en
esta mañana de sobresaltos, al desayunarnos con otra noticia más, una de esas tramas en las que, con argucias, ensuciando las
alcantarillas de la información, cuatro jinetes del apocalipsis quieren quitarle
la peana al macho mitológico. Moros y cristianos, y Paquito el Chocolatero. Los ricos y los viejos pidiendo limosna a
la puerta de la ermita mientras intentan asaltar los cielos quitándole la peana
a un gato que tiene más de siete vidas, perdido en las catatumbas de la ciudad, mientras mira detenidamente el discurrir de las
aguas del Canal de Isabel II con ojos de poeta.
Aperitivo
en la Plaza de Cascorro y cocido de lunes en Los Galayos, calle Botoneras, donde lo sirven en dos vuelcos. El gentío se ha tirado en brazos del
hedonismo y el sistema sigue amando a los que no tienen nada que decir. Triunfa
la frivolidad y los reels de Tik Tok. La vida va de los burócratas que viven de transitar solicitudes a los nobles de paja; de
Carlos III a Tierno Galván, que subió a los cielos y nos dejó en manos de la
Sota de Bastos, en una pantomima que triunfa
en la Villa y Corte. La ciudad y la historia. Tiempos de motines, de la Gaceta de Madrid y el Boletín Oficial
del Estado, del Despotismo Ilustrado y del desengaño, tanto como ahora, porque nada
ha cambiado, excepto la luz de la mañana. La Ilustración y el Siglo de las
Luces, Esquilache y los fantasma de Goya, un filme que ya dirigiera Milos Forman. Los
fantasmas de siempre, los fontaneros revisando la comedia y, de paso, los desagües,
mientras unos recelan de otros y suena
el viento de la calle al volver la esquina. Todo es nuevo, pero nadie escapa de
lo viejo. Todo se repite. Todo vuelve, incluida la utopía, un término que maltrató el diccionario de María Moliner, siguiendo
las pautas de Tomás Moro, olvidándose de que con la utopía pasamos de Dios al
hombre, del oscurantismo a la luz, de la razón a la esperanza.
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