Por la calle de Alcalá
Con la falda almidoná
Y los nardos apoyaos en la cadera... (Sara Montiel)El sol
ha encendido el fuego en los cristales de la ventana, sobre los que han quedado
tatuadas las huellas de mis dedos, nada más tocar. Los cristales queman como la lava de un volcán. Los
rayos del sol han borrado hasta la mala suerte. El sol limpia toda la decadencia
de la ventana y la obliga a caer al suelo para que no se esconda tras la
coartada de la timidez. La ventana, a través de la cual miramos la vida cada
mañana, suele hablarnos muy a menudo, sin que nos demos cuenta. Lo que hay al
otro lado, más allá de los cristales, tiene mucho de verdad. Cuando llueve, las
gotas de lluvia que resbalan por los cristales son las lágrimas necesarias; las
cenizas del ayer. La ventana es una metáfora muy visual por donde resbalan las
perlas del rocío o se insinúan las pasiones, o por donde huye el alma a mitad
de un duelo. El terrón de azúcar cae sobre el café. Entre sorbo y sorbo, miramos
por entre los cristales cómo se va abriendo la verdad como si fuera una
flor. Frente a nosotros, un horizonte
vestido de uniforme, a través de los cristales. Es una realidad desnuda a la que aspiramos,
pero que, a veces, por ineptitud, falsificamos. Es lo que tiene cuando no pasa nada, entre
hoja y hoja, y donde todo son adornos y decorado, y las palabras taconean para tapar
las disonancias, que son muchas. Y entonces llega la presentación en público. Habla
el autor y no la obra, la voz que intenta salvar a la mano que yerra, la
víctima que ayuda al verdugo, sin pedir perdón, quizás sin saber, sin darse
cuenta, porque uno se empeña en creer, en insistir sobre el error, porque todo
interior, toda memoria, tiene un montón de reglones muertos que no funcionan, y
hay que cambiarlos, y no sabemos cómo, o no nos atrevemos, cuando la ética está en
quitar, y no en poner. Y comienza la presentación, como decía, en la que uno
habla y todos callan, donde las preguntas se quedan en la puerta, justo donde se
ponen a fumar los frívolos, que prefieren la retaguardia, utilizando esa
estrategia para no ser confundidos con las piezas de adorno que hay en el
recinto o con los libros que hay en las estanterías, llenos de una prosa fugaz,
tanto que las hojas están la mayoría en blanco. Las preguntas para después,
como el postre. Las preguntas sobre lo inexistente, la obra, que es una fascinación
distante, inexplicable, una cosa intelectual que renuncia a la verdad, al don,
al ritmo de la pluma, de la mano, y sobre todo de la imaginación.
Siempre me gustaron los relatos que traía el
viento, tan parecidos a los que corrían por mis venas. Lo que se escribe, se
siente, tan cerca de las nubes como estoy. La prosa echa manos de la
gramática para poder llegar hasta las estrellas, evitando un borrón, hasta que sale
un dibujo. Pero antes hay que dar muchas vueltas alrededor de las formas, del
niño que fuimos, del hombre inseguro que somos, y moldear las palabras con tal
que se inclinen hacia la sencillez de la calle por donde suele correr una
sonrisa tras otra. Es el pulso de todos los días donde no gana nadie. Gana la
idea, el reglón bien terminado, la historia que trae el viento entre sus alas,
las bellas palabras. Gana la imaginación y cae el muro, las trabas, la monserga,
las miserias de quienes no comprenden la artesanía, el grito antes de un punto
y seguido o la guerra que hay que ganar a medida que vamos saliendo de una
coma. Un punto y una coma, signos de puntuación de la crónica, de un libro, de
nuestras memorias, que a menudo no son más que un paseo por las orillas del mar
pero sin que nos atrevamos a entrar en aguas profundas, evitando que nadie se ahogue, que nadie tenga la necesidad de sincerarse, ni para qué…, o de redimirse ante sí mismo, qué cosas dices, Celín... Y de ese modo ("noli me tangere": no me toques), todo vuelve a quedar como queríamos, tan enfrascado como nos gusta, con la tinta de siempre, bastante
cursi, por cierto, porque no es la primera vez ni la última que con esa hojarasca se forma una hoguera de vanidades de aquí te espero..., tan descomunal que no logran apagarla ni los ángeles ni los demonios.
3 Comentarios
👏
ResponderEliminarMuy bueno
ResponderEliminar¡Brutal Celín!
ResponderEliminarMuy interesante lo que dices y muy cierto.
¡Tú sí que eres un “Artesano”!