AROMAS DE LA ACTUALIDAD







En los quioscos se acumulan las portadas de los periódicos y algunos cómics, a los que antes les llamábamos tebeos, que dibujan con propiedad a los actores de este teatrillo que viene representándose desde tiempos inmemoriales. En una página aparece Rompetechos y en otra un señor que habla sin decir nada,  una forma de hablar muy parecida a la que utilizaba Iñaki Anasagasti,  y al que le podríamos llamar El Circunloquios.  Cambio un ejemplar por otro y me encuentro con Sor Citröen, muy elegante y de peluquería, que suma pero no resta. Y en la portada de un tercer tebeo, aparece el Beodo Trabalenguas, un ejemplar único, como lo era Copito de Nieve, que vive en una Torre de Babel para tener confundida a la ciudadanía y hacer que siempre ganen los cuatreros, los mismos que cabalgan a lomos de un buga descapotable con el pelo alborotado y las medias de color… No te quieres enterar, ye-ye…  Y si la chica no canta en inglés, llamamos a los otros, ya sea a Maciste o a Sandokán,  siempre con ese corte de pelo prusiano, que, con suerte,  igual se arranca y logra chapurrear algo en francés.  Y dejas el periódico o el tebeo y, nada más abrir  la puerta, salen ladrando todos los dóberman que tienen los partidos políticos, que suelen ladrar por horas y ante las cámaras, no en privado,  mientras sus líderes hacen alardes o encajes de bolillos para  hilvanar una simple oración principal con la subordinada y que aquello  se entienda, algo que no es tan fácil sobre todo cuando no tiene nada que decir.  Claro, con la puerta abierta tanto rato,  huele a pintura y a puro, aunque todo tiene su truco, ya que, con ello, intentan tapar la moral del éxito con tal de que les llegue el perdón de los pecados, no así la vida eterna, amén. La moral de los contables y la tinta de las triquiñuelas, que ahora las han pasado a unos audios, con las voces de los protagonistas, donde se escucha perfectamente  la sutil reverencia que le hacen al dinero, antes de que se enfríe, puesto que el dinero requiere que esté caliente como la lava de un volcán para gastarlo cuanto antes y a espuertas, ya que el dinero sólo adquiere sentido cuando se gasta.



Nos acordamos de la siega cuando entramos a por el pan y de la vida austera cuando pensamos en el via crucis familiar, aquel  laberinto sobre el que dábamos vueltas para salvar las penurias que traía la vida. Al final, siempre terminábamos en la mesa que había en la cocina jugando a la brisca, la  misma en la que ahora les hacemos un sándwich a los niños porque nos da vergüenza decir bocadillo. Hemos ganado en arrogancia pero hemos perdido en coraje a la hora de desafiar al mundo. Nos subimos en el tractor y nos olvidamos de la mula, pero el desfile sigue siendo el mismo: cuatro terratenientes y toda la frustración repartida en los braceros, en esos obreros que faenan de sol a sol y se secan el sudor con la luz del atardecer en los ojos.

Llevamos cincuenta años de ensayos y lo único que nos sale son unas peteneras o una charlotada. Desde La Transición hasta nuestros días, seguimos encadenados al escándalo, una canción que canta muy bien Raphael y sin la que no sabemos vivir. Escándalo, es un escándalo… Y entre acusaciones y ruido, unos pasean su fortuna y otros la esconden en el falso techo del chalé.  El viernes se monta el pollo y el domingo ya nos lo hemos comido, acompañado de un tinto de verano. Al finalizar, nos enjuagamos con el colutorio para eliminar los restos, tras el cepillado, y aquí paz y después gloria. Entretanto, el churro del desayuno lo tenemos atascado en la garganta, casi sujetándolo con la nuez, no vaya a ser que le dé por irse de golpe para los adentros subterráneos y biológicos,  sobre todo después de conocer la  situación en la que se hallan las cloacas, donde igual te puedes encontrar a un fontanero buscando la parte femenina del hombre que a un portero de noche rodando “Godzilla, el nuevo imperio”, que tó pué ser…, y más con la que está cayendo…, con el cobre llevándoselo a manos llenas y el crudo llegando por las tuberías marítimas hasta los grifos de los puertos. Y lo peor es que las cosas no cambian ni van a cambiar,  porque, como ya sabemos, la sombra del ciprés es alargada. Y al final lo que se impone es el sarao y la media verónica, porque de siempre al pueblo se le toreó mejor con el capote que con la muleta.  La vida no tiene cura o quizás deberíamos aceptar que los que no tenemos cura somos nosotros. Vivimos muy orillados, tanto que no vemos el trapicheo diario: se subvenciona a los colegios de los niños ricos y se explota a los agricultores de secano; se mandan fajos de billetes metidos en sobres hasta las alcantarillas y se deja la pensión en reposo. El sistema de castas  viene a explicar el momento en el que vivimos. Y nosotros con la rabia y la impotencia hacemos una comedia lacrimógena en vez de llenar las calles de dignidad. Pero ahora hace mucho calor, argüimos. Calor y canguis. Nos hemos aburguesado y nos conformamos con las noticias de la tele. Tenemos el alma errante o en la lavandería con la ropa de invierno. Estamos muy lejos de buscar la verdad. O quizás debamos admitir que tenemos  miedo, que también.




Se fueron un pavo real  y un gorila, y salió por la puerta de atrás  un gladiador con ínfulas cuya intención no era otra que dejar la esclavitud. Y se inventó un discurso que todos creyeron. Tejía una trola tras otra con una facilidad pasmosa.   Tenía  la boca manierista, la legua bífida y la cabeza gorda, como Caín. El argumento de esta película no era más que un remake  o una nueva adaptación de “El bueno, el feo y el malo”, pero sin Sergio Leone ni Ennio Morricone. Y los tres se pasaron del Vega Sicilia al gin tonic con Citadelle y una rodaja de pepino,  mientras se iban preparando para ponerle  los cuernos a la Constitución del 78. Y llegó  otro cisma, otra hecatombe en Occidente en medio de las encuestas de Tezanos.  De pronto, la amistad quedó hecha trizas y la confianza, que es una cosa que se finge muy bien,  pasó a estar tirada por los suelos. Así que, de nuevo, volvimos  para atrás como los cangrejos y tuvimos que volver a leer ese cuento tan conocido, el  mismo de siempre, el de tantas veces...,  ese relato con una prosa tan rancia, tan insultante,  que es engrasada a diario con aceite de Jaén por aquellos que escriben nuestra historia reciente sin nuestro permiso, porque hemos de saber que  siempre hay una mano que hace y deshace,  la misma que coloca en el pecho de la camisa una pegatina de la patria. Ya digo, no dan puntada sin hilo. Al dinero le gusta el braguetazo, no las estadísticas. De ahí que anden justificando las guerras, mientras fuera se respira pólvora y suena un Stradivarius desafinado. Un muerto no vale nada. Y un vivo menos aún. Por eso han puesto la fe muy barata con tal de que ésta siga entreteniendo a la gente  y no haya ni un dios que pueda escapar  del tiempo…., o a tiempo.

Huele a chamusquina. También a las mieses recién cortadas y al perfume antiguo de la carne, del sexo pagado con dinero sucio, trincado con los amaños de unos cuantos conseguidores que buscaban cambiar la historia y que lo único que cambiaron, realmente,  fue la capa por una corbata hortera, la chaqueta modernista por el dandismo arrabalero, el sifón por la gaseosa, y el rostro, la cara dura,  por una máscara donde sujetar la verdad. Llegada la noche, como rezan las crónicas, y tras lavarse el escroto en la palangana,  se dedicaron a la conquista del oeste y al cachondeo rodeados de cortesanas, del gueto espumoso del tiempo, de ese oficio que se practica en la sombra, tan antiguo, entre mujeres desnudas y seres marginales, a orillas de todo, con la dureza del verso entre las patas, entre el cansancio y la burla,  descansando irrespetuosamente  sobre el cuerpo femenino que acaban de comprar por un puñado de euros, por un puñado de arena en los ojos, copulando sobre una estatua o una esfinge o una Barbie de plástico  en aquellas habitaciones,  frías y oscuras, donde ponían a remojo su ego para que creciera por si fallaba la erección y, entonces,  se  esfumaba la felicidad. El hombre y sus hembras, el galán en el argot chulesco y la vieja memoria,  el putero, el poeta que escribe con el falo en el reino del deseo y del sexo, el cobarde que entierra su tiranía en un puto hotel sin que sea capaz de amar o de enamorarse. Vida y obra de los siervos del dinero que solo saben montar a su Harley-Davidson.

  


                                 


 

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