EL CHIRINGUITO

 

 


 

Vuelve El Chiringuito, la canción del verano, pero no la que cantaba Georgie Dann, sino la que tararean los forajidos,  los del quiosco de la esquina con sus  gominolas y  gusanitos, los del trinque,  que viene  a ser como el chocolate a la taza en el que mojar el churro, que es lo único que entretiene a estos gorilas en la niebla  entre rodaje y rodaje de esa película que comenzó a filmarse en la Transición, aquella “del toma el wiski, Cheli”, cuando se cambiaban las  camisas azules por las de tergal, que, aunque no hay que plancharlas, como tenían la  plancha ya enchufada y caliente,  pues siguieron escuchando la canción del verano, que cosechaba miles de  éxitos, mucho más aún con la llegada del  Llanero Solitario, incluso hemos de decir que subió de decibelios con la entrada en La Moncloa del Trabalenguas Oficial, que, según cuentan, al final, hasta aprendió a escribir en la libreta del contable su nombre (“M” punto más su apellido). La cosa “tirititosa”  prosiguió con el aterrizaje forzoso de aquel amigo del narco, con el que, si bien la canción de El Chiringuito sonaba ya algo menos, todavía continuaba oyéndose por la ciudad, sobre todo en las radios amigas y en la prensa de las grandes portadas, donde se echaban balones fuera, por si, por un casual, se descubría el pastel. Y, desde entonces, entre los unos y los otros, no hay día en el que no nos desayunemos con una crema catalana o con algún “bizcocho borracho” que se pone a bailar rock and roll estilo Elvis Presley. Y además, lo hace sin complejos, descojonándose de toda la espectacularidad del fascismo, porque el que va a trincar no suele perder el tiempo en fuegos artificiales y luchas greco-romanas.

Hay que joderse con Galicia,  igual nos manda percebes y santiaguiños, y centollas, que nos manda a Franco, a Fraga o a Feijóo, mira tú…  Este último se podía haber quedado en Muxía por si quedaba algo de chapapote del Prestige, pero, claro, al no ser bendecido por el mismísimo botafumeiro de la Catedral de Santiago, se vino para acá. O lo trajeron, vete tú a saber… Y como urgía sustituir al batería de la orquesta…  Pero, claro,  sin discípulos, sin sintonía y sin ese espolón que tienen los gallos, entre la morriña de la terruca y el acoso de los cachorros de la Aguirre, pues se quedó sobrevolando Madrid, metido en un ático de La Castellana para, desde allí, mirar las estrellas y ver lo que había hecho Florentino con la Ciudad Deportiva, como dice Butanito: el mayor pelotazo de la historia. Entretanto,   Esperanza,  sí,  la de las ranas…, aunque también le gusta que la llamen Esperanza, por Dios, que es un cha cha chá… muy famoso,   comenzó a montar chiringuitos en los que adiestrar a sus conspicuos epígonos, hasta enseñarles a ladrar, a mentir, más el abecedario del pillaje, la traca verbal y el disparate, y ahora estos dóberman quieren comérselo en dos bocados, porque, como es sabido, primero se comieron al Feo.  Después, en otro alarde de ingeniería depuradora, se quitaron de en medio al Bueno. En tanto que el Malo, andaba pelando la pava en las Faes, ese malo malísimo, como dice Federico Jiménez Losantos,  que, sobre su cabeza,  en vez de pelo, lleva Las Tablas de La Ley, Los Díez Mandamientos o el Codex de Justiniano, pero no para seguir su articulado, sino para incumplirlo, ya que él era el hombre vil del triunvirato y el verdadero cerebro de tantas cosas. Y en cuanto a los cachorros,   una se convirtió en la Sota de Bastos y el otro en un gladiador a lo Ridley Scott, que no sabe más que azuzar la lumbre con la badila, dado que no le gusta que le hablen de trabajar porque se cansa tan solo con oír la palabra.

Bonjour, benvenuti…, y todos al sol, como los galápagos. Y vienen las sardinas o una de almejas a la inglesa.., y un tinto de verano y suena otra canción. Un bocadillo de morcilla, sin luz con el apagón… Y quién gobierna España, el del Falcon no es Azaña, el reloj que da su hora y el gentío que no se aclara. El Chiringuito, el chiringuito…, se baila así, así… Y pasan los de la pluma, y el castillo de famosos, y arrían la bandera, y un cura de organista… Permiso, por favor. Y otra ley que entra en la cocina, y sale otro decreto,  y los patios con los geranios, las terrazas con las jarras de cerveza, y los jubilados con la menestra. Televisan una guerra,  luego un incendio, y hacen un resumen de cómo va el calor. Estos días,  no encuentran a Willy ni tampoco a Page, ya que se han diluido los dos como un terrón de azúcar. Media España mirando el mar desde la playa y otra media desde el cristal de la ventanilla, camino del norte y de los verdes prados. Es la España de los símbolos y es muy difícil hacerle hablar a los símbolos. Y los que hablan, ya llevan escrito el insulto. En cuanto a los que callan, o están en algún yate escuchando El Chiringuito o han salido volando por la ventana al regazo de la montaña, que siempre esconde un trozo de queso Cabrales o un sobao pasiego, en ese valle del Liébana, donde escuché por primavera vez el silencio en su estado natural.

El cielo pasa de monárquico a provinciano y después se pone municipal. La honestidad se ha ido hasta el rincón de pensar y del hombre hemos hecho una copia para meterla en los huevos Kinder, dándole forma de mamut o de un dinosaurio.

 

 


 

 

 

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