A MITAD DE LA SEMANA

Las bodas de Caná. Paolo Veronese (1562-1563)

 

Hoy jueves toca hacer malabarismos con esta vida tan diseñada que llevamos. La improvisación brilla por su ausencia. Según las noticias, si cuadran los números, un  día de estos habrá boda entre dos entidades bancarias, una OPA, que es como se le vienen llamando  ahora a las nupcias, a los matrimonios de conveniencia o a los bodorrios, a cuya celebración acudirán vestidas de blanco y smoking, cumpliendo un sueño, como el hombre primitivo cumplió con el suyo el día que descubrió  el fuego, porque, como se sabe,  todo ritual requiere una llama que arda, una botella con la que brindar y un perfume caro que disipe el olor que despide el enemigo, que siempre nos hace trampa y nos birla los últimos céntimos de honradez que nos quedan en los bolsillos, por si hubiera que pagar la cuenta. Todo entre caballeros; sin hostilidades. Primero, el duelo de esgrima y, luego , la firma.  Touché.


Hucha de Correos

En el panorama nacional hay unas cuantas bodas de este estilo y unos cuantos divorcios, tramitados con discreción para que dé la sensación de que no sucede nada, cuando suceden muchas cosas, como que  “tú te vas y me pongo yo”,  que es cambiar al de “arriba” y ponerlo “abajo”, vamos, quitarlo de en medio, si bien, al que le dan “boleto”, nunca le dejan que se vaya  de vacío ni con los pies descalzos. Así que viendo el panorama, yo, en unos días, me veo llevándome todo lo que tengo en la  hucha que hay en el aparador de mi casa (un obsequio de mi hermana), que es amarilla, igualita que aquellas que daban en Correos, y en la que meteré lo que queda de mi existencia,  cuatro migajas, poniendo todo a buen recaudo antes de  que me salga más cara la boda de lo que se dice o se cuenta, porque yo ya no me fío ni del jersey que llevo puesto.  Naturalmente, lo primero que haré será construir una especie de armario para que la hucha se sienta cómoda y segura, y no se esfuerce demasiado, porque donde hay intereses se suele sudar la gota gorda. La cosa quizás va a quedar un tanto cutre, algo así como una caja fuerte clandestina, pero va a tener su morbo, sobre todo al ver cómo empieza a trabajar a destajo una alcancía  sin  saltarse las Leyes Generales del Estado, ya sea el Código Civil o el Mercantil, sin obscenidades ni reglamentos leoninos, y no como los de la anunciada boda que se  pasan  lo legislado por el forro y, cuando acudimos a una cita a una de sus sedes, lo mismo nos tutean que, de pronto, nos tratan de usted, ¡peligro!,  y del mostrador, donde nos atendían antes, nos llevan hasta el despacho, nos echan la mano, esa mano blanca, blanda y alevosa, tan parecida a la de Pilatos, y a continuación nos hacen firmar cualquier producto “caliente” de los que tienen preparados en la vitrocerámica  financiera, mientras posan su perversa mirada sobre nuestras cabezas y sobre el bolígrafo con el que  firmamos, para después abrirnos en canal todos los meses como se abre a un pez en la pescadería.


Monique Lange y Juan Goytisolo

Se complica la semana, tanto a  nivel social como económico, y no digamos si vamos a la repostería, que andan revueltas las ideologías con los sentimientos, el chocolate con la paja, la personalidad entre las rosquillas, y el talento tirado en una canastilla con unos caramelitos de menta.

“Semana inhuma pero te quiero”, fueron las palabras que Monique Lange  le dijo a Juan Goytisolo a través de un telegrama que le envió en 1965 a Rusia, cuando el escritor asistía a un simposio de escritores. Así lo cuenta Goytisolo en su libro “Los reinos de Taifas”. Se conocieron en 1956 y se casaron en 1978. Monique era una escritora, guionista y actriz francesa nacida en el seno de una familia judía. También fue secretaria  de Dyonis Mascolo, mano derecha de Gaston Gallimard, fundador de la editorial francesa más prestigiosa  del momento. Los amores difíciles y la duda siguen revoloteando sobre un linaje maldito, entre callejones sombríos y soledad. El fracaso personal y el triunfo profesional, el sexo como algo liberador, tapando las grietas y multitud de heridas a través de las influencias para no perjudicar la fama ni la carrera literaria.

La memoria que se humedece y la semana también con tantos recuerdos que duermen en el olvido.  La Historia la escribe un manco y la farsa continúa en las páginas amarillas,  donde descansan los traumas sobre los que se echó hormigón y silencio. Sólo faltó pedir perdón.

Los individuos se canjean  usando el arte de la diplomacia, que tiene varias velocidades. Hoy están en la foto y mañana desaparecen de la instantánea. Ya lo dijo Alfonso Guerra siendo Vicepresidente del Gobierno: -“El que se mueva, no sale en la foto”. Quizás lo dijo porque, en aquel país descapotable que salía a los balcones a recibir a sus líderes, hacía frío. Hoy no salen a recibirlos ni al portal del edificio. Descorren los visillos y los ven venir desde la ventana. Los cubitos se derriten en el vaso de wiki, tras el café. Y con el cuento, se van a otra parte. “Un cuento de pan y un pimiento”, como dice la canción de Emilio Leyva.   No van de visita,  sino que van a la batalla de las encuestas, a la caza del voto, porque la papeleta “en blanco”  los hundiría para siempre. Así que…, “no me pises que llevo chanclas”, otra frase de Don Alfonso pronunciada en un mitin en Dos Hermanas, municipio donde nació el grupo musical. Y “oyes”…., que la cosa sigue, porque, con “ná” que hagan, los sacan a hombros, sobre todo un día como el de hoy, 1 de mayo, el Día del Trabajador y el cumpleaños de Miguel Jiménez Salazar, alias Farina, un gitano al que se le ocurrió nacer el día del trabajador, cuando, el Chamorró,  no dio ni palo al agua, salvo aquel "ofisio" que tuvo de vender cartón y buscar un poco de chatarra, aluminio y plomo, y sobre todo cobre, por las afueras del pueblo, que no era otro que Casas Ibáñez,  mientras se estiraba por Juan de la Vara, el cantaor de los gitanos.  Historia del Movimiento Obrero y de la lucha por mejorar las condiciones económicas y laborales de los trabajadores en aquél 1 de mayo de 1886 en la ciudad de Chicago en el que se pedía a las instituciones que todos los gremios  fueran incluidos en la Ley Ingersoll, aprobada por el presidente Andrew Johnson en 1868, que establecía la jornada laboral de ocho horas. Huelgas y pancartas que sobresalían entre miles de gorras y todos los sentimientos del proletariado, que ahora se han quedado en unas cuantas reuniones con megáfono y algo de matraca, mientras con el fulag espantan las moscas a medio de la entrevista por la radio. El fulag es la orla de la calle, el entorchado de la izquierda que se ha vuelto agnóstica y que guarda un minuto de silencio por la muerte del Papa. La España furiosa que ahora se hace fotos en las plazas firmando la paz en tiendas de campaña, abriendo el pecho y las branquias ante los periodistas por los éxitos conseguidos, mientras entre todos forman un corro ibérico, que es como un plato de lomo y jamón pero envasado al vacío y de oferta. Vicios privados, virtudes públicas, la fábula de las abejas de Bernard de Mandeville, cuando los vicios se convierten en virtudes  públicas y aparecen los guardianes de la moral para reivindicar una ejemplaridad que no existe.

 

 

 


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