Como dijo el maestro
Umbral, La Feria del Libro “es una calle muy leída”, ahora que casi nadie lee.
Y además, siempre llueve (y no al gusto de todos). Algunas tardes, vas de
caseta en caseta y, de pronto, las nubes se enfurecen y envían hasta El Retiro
de Madrid (que es el recinto en el que se celebra el evento) un buen chaparrón
para regar la huerta, ya que la cultura hay que regarla aunque los políticos la
desprecien. Los poderes prefieren la oscuridad, porque la oscuridad es parte de
sus negocios. Sólo interesa ese tipo de cultura que va pegada al éxito, a las
ventas, a un índice de resultados. Pero todos sabemos que el éxito es el
negocio de los farsantes.
Aquí se vende papel al
peso y sabiduría. Depende. A veces, sólo destaca la corbata pajarita del autor
y los flashes del glamour, mientras que,
en otra esquina, cien casetas más allá, el escritor recio y profundo está solo,
sin que nadie se acerque para que le firme un libro.
La Feria… un evento
internacional, inaugurado por los Reyes, con cámaras y taquígrafos, los bancos
regalando globos y camisetas, la ONCE con su cupón dedicado a la Feria, un país
como invitado de honor, un concurso para realizar el cartel anunciador…,
distribuidores, librerías…, y la Asociación Colegial de Escritores, nada más y
nada menos. Y yo me pregunto: si yo escribo un libro y tengo muchísimos
problemas para publicarlo, y quizás no llegue a publicarlo nunca, ¿ cómo
demonios se apunta uno a dicha asociación de escritores para que defiendan mis
derechos? ¿Quién es el que define y decide el autor que debe de ser reconocido
como escritor, el que realmente merece ese calificativo? ¿O para ello hay que
estar en el ajo? ¿Todo escritor es aquel que escribe o aquel otro que escribe y
se deja manipular por la voz de su amo?
Como dice Andrés
Trapiello, las ferias se hacen para promocionar los productos que no se venden.
Por eso tampoco hay ferias del pan. Como yo compro las dos cosas, pues ya no
tiene ningún sentido acercarme a una feria. O como decía Juan Ramón Jiménez, lo
que hay que hacer es leer mucho y comprar poco. El hombre de las “j” que tenía
pánico, pura ética y estética, que fue vilipendiado desde todos los ángulos de
la intelectualidad. Pero hay que ser muy inteligente y muy bueno para que, por
escribir sobre un asno, te den un Nobel.
La literatura es cara
pero la vida de un escritor es barata, tan barata que algunos pasan sus últimos
días ayudados por algún que otro montepío de artistas o escritores porque no
tienen ni para papel ni para tinta.
Hagamos una prueba:
acércate a tu mesilla de noche o a la estantería más cercana de tu salón y, por
curiosidad, revisa el sello de la editorial… Seguramente, en un ochenta y cinco
por ciento, se trate del Grupo Planeta o de Penguin Randon House. Los dos
grandes que concentran casi todo el porcentaje de libros que se editan en
España. Gigantes que apuestan por un tipo de “best seller”, de enfoque más
comercial, y que empobrece la variedad literaria. Hoy en día, por si no lo sabemos,
las grandes firmas literarias compran las zonas que quieren ocupar en las
librerías: “Nuestros libros tienen que estar en este escaparate o en estas o
aquellas estanterías”, aseguran sus directivos. Así de claro. Las librerías se
quedan con un 30% del precio final, el 20% es para la distribuidora y el 40%
para la editorial… ¿Qué queda para el autor? El 10% (y no digamos, si además,
al autor le representa un agente literario…).
Por último, una vez que
nos hemos decidido a comprar, quedaría lo del grosor del libro, para ver si nos
cabe en el hueco que tenemos en el aparador, de tal modo que la biblioteca
familiar no parezca desatendida y alguien pueda pensar, cuando recibimos una
visita, que somos gente poco leída. Porque tener libros en casa, queda como…,
una cosa muy emblemática, aunque delante de cada libro haya un detalle o
recuerdo de una comunión, una cajita que nos dieron en una boda, un cenicero,
una estampa de la Virgen, el cargador del móvil…, pruebas irrefutables de que
en esa casa no se lee, porque no van a estar quitando chirimbolos cada vez que
quieran leer un libro.
La literatura no
se lleva bien con el dinero.
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