AROMAS DE LA ACTUALIDAD





En los quioscos se acumulan las portadas de los periódicos y algunos cómics, a los que antes les llamábamos tebeos, que dibujan con propiedad a los actores de este teatrillo que viene representándose desde tiempos inmemoriales. En una página aparece Rompetechos y en otra un señor que habla sin decir nada,  una forma  que utilizaba Iñaki Anasagasti.  Cambio un ejemplar por otro y me encuentro con Sor Citröen, muy elegante y de peluquería. Y en la portada de un tercer tebeo, aparece el Beodo Trabalenguas, un ejemplar único, como lo era Copito de Nieve, que vive en una Torre de Babel para tener confundida a la ciudadanía y hacer que siempre ganen  los que cabalgan a lomos de un buga descapotable con el pelo alborotado y las medias de color… No te quieres enterar, ye-ye…   Y dejas el periódico o el tebeo y, nada más abrir  la puerta, salen ladrando todos los dóberman que tienen los partidos políticos, que suelen ladrar por horas y ante las cámaras, no en privado,  mientras sus líderes hacen alardes o encajes de bolillos para  hilvanar una simple oración principal con la subordinada y que aquello  se entienda, algo que no es tan fácil sobre todo cuando no tienen nada que decir.  Claro, con la puerta abierta tanto rato,  huele a pintura y a puro, aunque todo tiene su truco, ya que, con ello, intentan tapar la moral del éxito con tal de que les llegue el perdón de los pecados, no así la vida eterna, amén. La moral de los contables y la tinta de las triquiñuelas, que ahora las han pasado a unos audios, con las voces de los protagonistas, donde se escucha perfectamente  la sutil reverencia que le hacen al dinero, antes de que se enfríe, puesto que el dinero requiere que esté caliente como la lava de un volcán para gastarlo cuanto antes y a espuertas, ya que el dinero sólo adquiere sentido cuando se gasta.



Nos acordamos de la siega cuando entramos a por el pan y de la vida austera cuando pensamos en el via crucis familiar, ese  laberinto sobre el que damos vueltas para salvar las penurias que trae la vida. Al final, siempre terminamos en la mesa que hay en la cocina jugando a la brisca, sobre la que les hacemos un sándwich a los niños porque nos da vergüenza decir bocadillo. Hemos ganado en arrogancia pero hemos perdido en coraje a la hora de desafiar al mundo. Nos subimos en el tractor y nos olvidamos de la mula, pero el desfile sigue siendo el mismo: cuatro terratenientes y toda la frustración repartida en los braceros, en esos obreros que faenan de sol a sol y se secan el sudor con la luz del atardecer en los ojos.

Llevamos cincuenta años de ensayos y lo único que nos sale son unas peteneras o una charlotada. Desde La Transición hasta nuestros días, seguimos encadenados al escándalo, una canción que canta muy bien Raphael y sin la que no sabríamos vivir. Escándalo, es un escándalo… Y entre acusaciones y ruido, unos pasean su fortuna y otros la esconden en el falso techo del chalé.  El viernes se monta el pollo y el domingo ya nos lo hemos comido, acompañado de un vino recio. Al finalizar, nos enjuagamos con el colutorio para eliminar los restos, tras el cepillado, y aquí paz y después gloria. Entretanto, el churro del desayuno lo tenemos atascado en la garganta, casi sujetándolo con la nuez, no vaya a ser que le dé por irse de golpe para los adentros,  sobre todo después de conocer la  situación en la que se hallan las cloacas, donde igual te puedes encontrar a un fontanero buscando la parte femenina del hombre que a un portero de noche interpretando el papel de  “Godzilla, el nuevo imperio”, que tó pué ser… Y lo peor es que las cosas no cambian ni van a cambiar,  porque, como ya sabemos, la sombra del ciprés es alargada. Y al final lo que se impone es el sarao y la media verónica, porque de siempre al pueblo se le toreó mejor con el capote que con la muleta.  La vida no tiene cura o quizás deberíamos aceptar que los que no tenemos cura somos nosotros. Vivimos muy orillados, tanto que no vemos el trapicheo diario: se subvenciona a los colegios de los niños ricos y se explota a los agricultores de secano; se mandan fajos de billetes metidos en sobres hasta las alcantarillas y se deja la pensión en reposo. El sistema de castas  viene a explicar el momento en el que vivimos. Y nosotros, con la rabia y la impotencia, hacemos una comedia lacrimógena en vez de llenar las calles de dignidad. Pero ahora es otoño y llueve,  argüimos. Mañanas con niebla y mucho canguis. Nos hemos aburguesado.  Tenemos el alma errante o en la lavandería. Estamos muy lejos de buscar la verdad. O quizás debamos admitir que tenemos  miedo. Cada vez queda más claro que al personal le gusta vivir en una mentira. Por eso triunfan tanto el garrulo como el charlatán, con esa plática llena de chismes.  La mentira es el arma con la que nos disparan a bocajarro. Es más difícil creer la verdad que la fabulación. 




Se fue un pavo real, luego un gorila y,  por la puerta de atrás, salió corriendo un  gladiador que quería dejar la esclavitud. Bajo su escudo, llevaba escrito un discurso que todos creyeron a pies juntillas.  Tejía una trola tras otra con una facilidad pasmosa. Aquel púgil tenía la boca manierista, la legua bífida y la cabeza gorda, como Caín. El argumento de esta película no era más que un remake  de “El bueno, el feo y el malo”, pero sin Sergio Leone ni Ennio Morricone. Y los tres se pasaron del Vega Sicilia al gin tonic con Citadelle y una rodaja de pepino,  mientras se iban preparando para ponerle  los cuernos a la Constitución del 78. Y llegó  otro cisma de Occidente al conocerse las encuestas de Tezanos.  Al dinero le gusta el braguetazo, no las estadísticas. De ahí que anden justificando las guerras, mientras fuera se respira pólvora y suena un Stradivarius desafinado. Un muerto no vale nada. Y un vivo..., menos aún. Por eso han puesto la fe muy barata con tal de que ésta siga entreteniendo a la gente  y no haya ni un dios que pueda escapar  del tiempo…., o a tiempo.

Huele a chamusquina, al perfume antiguo de la carne, del sexo pagado con dinero sucio, trincado con los amaños de unos cuantos conseguidores que buscaban cambiar la historia y que lo único que cambiaron, realmente,  fue la capa por una corbata hortera, el sifón por la gaseosa, y el rostro, la cara dura,  por una máscara donde sujetar la verdad. Llegada la noche, como rezan las crónicas, y tras lavarse el escroto en la palangana,  se dedicaron a la conquista del oeste y al cachondeo rodeados de cortesanas, del gueto espumoso del tiempo, de ese oficio que se practica en la sombra, tan antiguo, entre mujeres desnudas y seres marginales, a orillas de todo, con la dureza del verso entre las patas, entre el cansancio y la burla,  descansando irrespetuosamente  sobre el cuerpo femenino que acaban de comprar por un puñado de euros, por un puñado de arena en los ojos, copulando sobre una estatua o una esfinge o una Barbie de plástico  en aquellas habitaciones,  frías y oscuras, donde ponían a remojo su ego para que creciera por si fallaba la erección y, entonces,  se  esfumaba la felicidad. El hombre y sus hembras, el galán en el argot chulesco y la vieja memoria,  el putero, el poeta que escribe con el falo en el reino del deseo y del sexo, el cobarde que entierra su tiranía en un puto hotel sin que sea capaz de amar o de enamorarse. Vida y obra de los siervos del dinero que solo saben montar a su moto: la Harley-Davidson.

  


                                 


 

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