Atrás quedan las
noches de tracas y fiestas, de sexo, drogas y descontrol, de los políticos
haciendo el paseíllo como si fueran emperadores de la tribu o del rebaño de
cabras, mientras el pueblo va de comparsa, rellenando la escena como en esos
frescos en los que siguen apareciendo meninas y golfos, ya sea en Goya o en
Velázquez, sin olvidarnos de los curas, que van de paisano, con tal de no
desentonar con los tiempos. Luego, al mediodía, al pueblo le echan cacahuetes,
altramuces y patatas fritas en el pesebre, un poco de cuerva en un lebrillo, y
vuelve a relinchar, satisfecho de saberse utilizado para alguna fechoría. En la
siesta, en la penumbra de la habitación, aparece el deseo, que se transforma en
sexo, que es algo tan natural como beber un trago de agua. Pero hay momentos en
los que, en pleno acto, el cerebro se deslumbra. Es el amor, que encandila, el
amor del verano, que, con las lluvias, se pasará como se pasa un perfume
carísimo, y ya no regresará hasta las Navidades.
Ahora, un puñado de
arena fina, que, a medida que cae, sustituye al tiempo. Y un puñado de tierra
que simboliza la verdad. Pero lo que arde, realmente, se llama poesía. Lo que
hace que el arte arda es la luz, que no es otra que la luz del Barroco, la
misma que iluminó a los franceses y a las cuartillas del 27. Los progresistas
sólo ven poesía en la rima arbitraria y en el ritmo de la lavadora cuando la
ponen por mandato de su mujer, que ya no es aquella chica roja con boina, sino
una líder del "marujismo", que se jacta de tener la cabeza bien amueblada
y el sexo abandonado hasta que llega el sábado, como cualquier judío con el
sabbath. Luego, cuando salen de paseo, los hombres van delante andando a toda
prisa, con los brazos cruzados atrás, en la espalda, y ellas tras ellos,
resoplando, como si le soplaran a las velas de la barquita que tienen en el
mar, por vacaciones. Los matrimonios han creado sociedades limitadas para
aparentar unidad.
Lo que arde es la
imaginación, Quevedo, el mensaje caliente y vivo de las llamas, la sangre
corriendo por las venas y por entre los versos, creando figuras, símbolos, y no
una rima aburrida y deshumanizada.
Me entra frío al
pensar lo que puede opinar sobre esto la “brigada del máster”, entre líneas y
simetrías, los del pensamiento único, errático, y lejos de toda capacidad
creadora. En estos casos, ni tan siquiera sirven las lágrimas, que son el jaque
mate, las huellas de toda rendición. Cuando aparecen, abro el pozo del patio de
mi casa, el pozo blanco de cal, y le hablo al interior de la tierra. La voz
retumba en la oquedad fresca, de manantial sereno, de siglos, y el mensaje se
amplifica imitando la voz que tendremos cuando seamos viejos, con los cuerpos
deformados, mantenidos en pie por las pastillas y las pagas extras. La voz de
la historia, que sale hacia fuera como la lava de un volcán, la voz que utiliza
la imaginación para crear siguiendo la luz, la luz del XVII, pasando por el
nicaragüense y deteniéndose en Aleixandre. Lo otro, es monserga, cuando no
ruido, o influencias, porque la burocracia también crea, y pone y quita.
Está al llegar julio y
no veo a Nabokov cazando mariposas, porque al ruso le gustaba ir tras ellas, y
todo ese proceso del capullo, la larva…, la metamorfosis…, el juego de la
verdad, el saber que estamos solos y que acabaremos en silencio. La burocracia,
cuando entonces, era una larva. Hoy es un monstruo llamado Estado, que sirve
para ahogar a los humildes. Pero, entre los edificios, que parecen siluetas
difuminadas, no veo a ese héroe de las películas que viene a salvar a la
humanidad de la hecatombe, de las garras del dragón. Tengo la sensación de
haberme despertado en un lugar desconocido. Quizás porque es miércoles y no me
gusta esperar al sabbath. Me pasa de vez en cuando, sobre todo cuando voy del
pasado al futuro. Yo me rijo por el olfato y, en cuanto huelo a chamusquina,
salgo pitando. Hoy la vida es un incendio crónico. Y de ahí no salimos.
2 Comentarios
Buenísimo el artículo y con esas grandes frases que te caracterizan…
ResponderEliminar¡Impresionante!
👏
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