LA AVENTURA DIARIA





                                 



La vida es una aventura constante en la que se atraviesan muchas tormentas, naturales y humanas, puesto que el mundo es muy parecido a un árbol, que, aprovechando las ramas que tiene en el tronco,  no cesa de observar el discurrir de los días y cómo se almacenan los recuerdos en las hojas de la vida o los destellos de luz inciden sobre ellas..., no solo para iluminar la sabiduría, sino  para extraer la bondad que hay en cada uno de nosotros, que es, a fin de cuentas, la que viene a definirnos. Pero la vida también es un mosaico de instantes: unos,  más gratificantes y amables;  otros, algo más oscuros.  

Muchos de nosotros, como decía ayer,  vinimos a este mundo en un sueño despreocupado. Y ahora, pasado el tiempo, nos cuesta recordar cómo era la voz de nuestra madre, aquella voz que nos dijo, que nos cantó, mientras estábamos en su regazo y donde aprendimos la lengua, esa manera tan particular  de decir,  e incluso aprendimos lo que era el respeto y cómo debíamos tratar a los demás.

Con el tiempo, comprendimos que el amor era una ilusión y el matrimonio un trabajo en equipo donde no había jefes. Si había amor, había fuego, aunque algunas veces se apagara, pero, en el fondo, sabíamos que, en cuanto nos acercásemos a las brasas y soplásemos  por encima con calma, en seguida se reavivaría la lumbre, porque la vida, la de ayer y la de hoy,  es ésa que se enciende y  se apaga, la misma que está llena de historias para que las vayamos contando y pasen de unos a otros. 

Reconozco que hay nuchas versiones de la propia vida, si bien las dos que más usamos son "la que se fue o la que viene"...,  es decir, la que nos queda por vivir. Y, si nos atenemos a esta última, a la que normalmente llamamos "el futuro", hemos de reconocer que, en cuanto la nombramos, ¡el futurooo...!, al instante, entre el pecho y la espalda,  se empieza oír ese runrún tan rítmico que tiene el corazón cuando está contento y que tanto se parece al de  un molinillo de café, de aquellos antiguos. Y es en ese ínterin también, ya digo, y repito, nada más escuchar esa palabra mágica, "¡el futuro...!",  cuando se pone a bailar al compás de la ilusión (aunque hemos de reconocer que no es la primera vez que se ha estrellado contra las láminas rígidas de esta sociedad y se ha pegado un “hostión” de aquí te espero). Y es que la sociedad piensa bastante poco en el dichoso futuro. Y cada vez que ha sucedido esto, me he dicho: -"Claro, es que si no hay un futuro, no hay un mañana y, si no hay un mañana...,  la vida deja de ser un río de palabras". Y al rato, por no enfurruñarme más de la cuenta, he dejado de darle vueltas al tema.  Y se ha hecho el  silencio. Ese momento es..., uno de los más oscuros y difíciles que se pueden vivir, dado que queda desterrado de nuestra mapa  sentimental cualquier atisbo de esperanza. Y llega la espera, la incertidumbre... Tan pronto nos encerramos en nuestras mazmorras,  que pasamos la mayor parte de las horas cabizbajos y asistiendo  a la vida callados..., o enmudecidos como si nos hubiera caído una sombra encima. En  realidad, no sabemos qué hacer para contener la rabia:  si mordernos los labios, dar un puñetazo en la mesa..., o romper el cristal de la ventana. Y así nos pasamos unos cuantos días, hasta que, asimilada la realidad en la que vivimos, el día menos esperado, por fin recuperamos  la calma.  Al día siguiente, por la mañana temprano, con  la vitalidad que tanto nos define, ya estamos preparados para enfilar de nuevo  el camino de la fortuna. Incluso anhelamos que, si tenemos suerte, en cuanto llegue la noche, quizás logremos que nuestro tren se enganche a alguna estrella de las que en esos momentos pululan por el cielo, porque de eso se trata, supongo, de cumplir con la mayor ilusión del mundo, que no es otra que echar a volar o,  lo que es lo mismo,  viajar agarrados a la trenza de los sueños, porque la vida es la gran escuela del tiempo, esa magnitud física que siempre nos la están recortando, como nos recortan la libertad o nos intentan borrar la memoria con tal de que no tengamos ni presente, que, por cierto, viene muy turbio, tanto como el mosto que hay en las bodegas y en las tinajas, y que, dentro de nada, se convertirá en vino, ahora que estamos en plena vendimia, cuando pintan bastos y la emoción anda en vilo todo el día con esta  existencia tan estrafalaria, tan imprevisible, esta existencia llena de  macarras y  de cobardes, de ciudadanos insensibles, crueles, que solo usan la lengua para hacer burla como  si fuesen serpientes moribundas…, escandalizando a esta sociedad de la indiferencia,  sin caer en la cuenta que ellos no son más que una caricatura agonizante, el plagio  o la réplica del ridículo más nauseabundo, y el modelo de su propia provocación. Pero pocos se atreven a estropearles el día a estos asaltadores  de caravanas, a estos invocadores de la mentira... Nadie les sale al encuentro para pararles el paso. Y de ahí que, ese puñado de montaraces con acento patriótico y labios de metal,  anden sueltos y sin collar, y se pasen el día ladrando impunemente o escupiendo a la humanidad sin que nadie les ajuste las cuentas. Y aquí no valen paños calientes, cruzarse de brazos o, en últimas, citar la Constitución como el modelo a seguir, porque sus enmiendas siempre se quedan en “otro remiendo más”, en otro parche, ya que toda esa caterva de saurios, es la misma que la incumple todos los días  y que la usa para limpiarse el culo cuando hace sus necesidades, en tanto leen la prensa que la aúpa a la gloria..., esa  prensa que viene a ser su voz, su biblia, y donde, los cuatreros que la componen,  publican el peor  ideario de todos los tiempos,  los mismos que han  organizado esta orgía masoquista que se dedica a repartir  culpas a diestro y siniestro para proteger sus riquezas, su dinero sucio..., las fincas,  las prebendas, sus derechos…, y todos los privilegios de esta élite corrupta, compuesta por una minoría de impresentables, por un puñado de indomables vociferantes, mediocres feudales, nostálgicos cubiertos de un halo de grandeza y con el rostro lleno de sangre, a los que se arriman oleadas de rambos, vagos y maleantes. En resumen, una biografía de unos falsos héroes  que le tienen miedo a la libertad desnuda, a la libertad sobre la que ya teorizó Erich Fromm y donde Freud fracasaría. Representantes de  la ignorancia  y de una capa social que no sirve ni para que nos protejamos  del frío. Y peor aún: sin ningún sentido del humor.

Esta versión, tan cruda, también es otra parte del mosaico de la vida. 




 

 

 

 

 

 

 







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