ESOS DOMINGOS EN LOS QUE SALIMOS A HACER EL PASEÍLLO

 




Hoy harán el paseíllo.., las Fuerzas Armadas por La Castellana  y  los toreros por Las Ventas, entre los que estará  Morante de La Puebla. Entre toro y toro, se fumará un puro habano como si se fumara la gloria. Hoy domingo hemos comenzado a borrar el trazo del cual venimos y, a medida que vamos desfilando, dibujamos un trazo nuevo, muy sinuoso, por cierto, y con muchas curvas, porque las curvas atraen a los curiosos, sobre todo si se trata de uno de esos trajes  entallados o de esos vestidos de infarto que diseñan los modistos para que las mujeres tengan de por vida prisioneros a los hombres. Esto viene de lejos, incluso del siglo pasado, cuando íbamos entrando en la decadencia que traía la modernidad, donde sólo contaban los números, la rentabilidad de las cosas, de ahí que se buscara lo concreto, sin saber que lo infinito cabe en la palma de la mano o en un hueco de la memoria, como sucede en esa maravillosa película de 2015, El hombre que conocía el infinito, en la que el Srinivasa Ramanujan, un joven genio autodidacta de veinticinco años, fracasa  en la universidad debido a su estudio casi obsesivo de las matemáticas. Pero, después,  decidido a consagrarse a su pasión,  ingresa en el Trinity College de Cambridge. Y, en resúmen,  lo que viene a decirnos la cinta es que no existe una plataforma fija para la educación, que  el conocimiento de la física puede derivarse incluso del trabajo de un técnico..., que lo que importa es que haya el entusiasmo suficiente por aprender.

A las doce de la mañana,  el día se llena de desfiles,  trompetas y tambores, pero el hombre sigue enfadado y empeñado en desenterrar lo que ya enterraron las piedras y la historia. Las noticias traen tiempos de azufre y una luz incierta. El pulso es entre cuatro viejos llenos de soberbia que desean imponer un orden mundial. Pero ellos no van a la guerra. Se quedan en casa, como todo cobarde. Tienen la boca grande y sucia, de donde les sale una oratoria flamígera. Son una docena de necios que están sentados en el poder jugando con la humanidad para hacer albóndigas de carne picada para  la comida. Y llega el postre,  la lechuga con miel, que entra sola, como entra el amor, tras la lluvia. Cernuda escribió un día que el amor lo habían inventado los erizos. Pero no es lo mismo amar que estar pendiente de una señora que me tiene en ascuas. Y además me exige que me declare de rodillas y con un diamante en la mano, como en las películas norteamericanas, tan cursis. Son tantos los requisitos por una dosis de sexo…, o de amor…, que  estoy pensando si convertirme en un erizo…, pues tiene más trámites la señora en cuestión que la muerte, ya que, según tengo entendido, te exigen un montón de papeles para entrar en el cielo, con lo calentito que se está en el infierno. Y además ahí están todos los golfos del mundo… Pensándolo bien,  creo que les voy a dar esquinazo a las dos:  a la señora con la cabeza bien amueblada y a la muerte, y me voy a dedicar por entero al domingo. Y  desfilar bajo la estela de los aviones que han  dibujado una bandera en el cielo, porque si estamos a una cosa, no podemos estar a la otra…   Vamos a por setas o a por Rólex, José Mari. Una cosa u otra, pringao. 

De vuelta a casa, me ha pasado un Mercedes 240 D rozándome y el tronco ni se ha disculpado, cuando yo iba con toda normalidad por la acera.  Quiero suponer que  estaría desfilando ante la concurrencia del barrio. He seguido andando y, unos metros más adelante, se ha parado ante un grupo de jubilados. En ese instante, he visto cómo del dichoso coche se bajaba un señor con pinta de otros tiempos, similar a uno de esos capos, tan horteras,  que han hecho dinero con sus fechorías, y al que no le ha dado tiempo, antes de salir de su casa,  a quitarse la caspa de los hombros. Ha puesto el pie o la zarpa en el asfalto, y ya en tierra,  se le ha quedado un gesto chulesco y el peluquín hacia un lado, demostrando que era  uno de esos  especímenes que van con ese objeto oscuro de deseo a todos los sitios, seguramente porque, cuando este señor era muchacho y emigró a Alemania, su jefe, por aquel entonces, tenía ya unos cuantos modelos diferentes de Mercedes. Y él, que lo más grande que había visto hasta entonces era un burro, se le metió entre ceja y ceja que, en cuanto regresara a España, lo primero que haría con el dinero ahorrado sería comprarse uno de aquellos modelos, aunque fuera saltándose la ley o echando mano de cuantas artimañas hicieran falta. Y de esta forma y manera fue cómo llegó a convertirse en ese talibán que es hoy, sin más vocabulario que el dinero y las miserias. 

 Llega el homínido y el coche, la voiture, el carro, la macchina…, que sigue con las puertas de par en par en todo el medio de la calle, sin aparcar, ni para qué,  de donde hace unos minutos se bajó  el “homo stupidus” del Juan de Mairena de don Antonio Machado huyendo de sí mismo, al no encontrar por ningún sitio su dignidad..., ni  por dónde tenía que desfilar como desfila todo hombre íntegro cuando hace su  paseíllo.

 



 

 

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